Susana Gisbert. /EPDA Hay algo que siempre digo y cada vez pongo más en práctica. Cuando algo está bien, hay que contarlo, por insignificante que pueda parecer. Porque las personas tenemos la fea costumbre de abrir la boca solo para quejarnos, pero nunca para lo contrario. Como aquel tipo del chiste de Eugenio cuya madre creía que estaba mudo porque llevaba treinta años sin abrir la boca, hasta el día en que la comida no estaba en su punto, en que habló por primera vez para quejarse.
Y como este mismo fin de semana viví una de esas cosas cotidianas que hay que contar, aprovecho esta ventanita al mundo para hacerlo.
Era la Exaltación de mi falla. Como ocurre en tantas otras fallas, después del acto en sí, teníamos cena. Una y otra cosa la celebramos en el mismo salón, el Mediterráneo de Albal, un lugar que despierta en mí los mejores recuerdos, ya que fue el marco donde tuvo lugar mi Presentación como fallera mayor de mi falla allá en el año 1982, la misma falla en la que sigo.
Pero no voy a hablar de comida, que ni esto es una reseña ni yo soy crítica gastronómica. Voy a hablar de nuestro camarero. Porque las cosas buenas hay que contarlas.
En mi mesa nos sentábamos un grupo, todos ya con cierto grado de veteranía en la falla y en la vida. Y, nada más tomamos asiento, vino un chico muy joven a decirnos que era nuestro camarero, que sería quien nos atendería y que le dijéramos todo lo que necesitáramos. Pocas veces he visto cumplida de manera más literal la afirmación de que alguien “va a atendernos”. El chico no dejó de estar atento en ningún momento, pese a que no dejamos de dar la lata. Que si más pan, que si vino de este o del otro, que si otro café, que si esto, que si aquello. Y para acabarlo de arreglar, una comensal con intolerancias. Podría decir que no tuvo ni un fallo, pero no me gusta hablar en negativo, así que diré que todo lo hizo bien, con una amabilidad y una sonrisa que daba gusto.
No fue solo cosa mía. Nos llamó la atención a todos, hasta el punto de decírselo y cuál no sería nuestra sorpresa cuando afirmó que llevaba apenas un par de días trabajando. Así que me dije a mí misma que tenía que contarlo. Y mis amigos y compañeros de mesa, que me conocen, me animaron a hacerlo.
Así que aquí está. Al césar lo que es de césar. Gracias, Iván por hacer tan bien tu trabajo. Tan bien, que redondeó una noche estupenda.
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