Susana Gisbert. /EPDAEn los últimos tiempos he tenido varias oportunidades de viajar en tren de Valencia a Barcelona en modo ida y vuelta. Y aunque no voy a descubrir la pólvora no a decir nada que no se ha dicho mil veces antes, sí que querría recordar cómo es ese viaje. O quizás sería más acertado decir cómo no es.
Lo primero que me llama la atención es que, por este viaje, no ha pasado el tiempo. Mientras que en los trayectos ferroviarios entre Valencia y Madrid se han quintuplicado las líneas y reducido el tiempo en unos años, en lo que afecta a Barcelona estamos igual que hace muchos años. O sea, mal. Ir y volver a Barcelona cuesta el mismo tiempo o más que costaba hace treinta años. Y no lo digo por decir, que lo he experimentado en mi cuerpo serrano. Verdad verdadera.
¿Y qué es lo que falla, si es que falla algo? Pues, evidentemente, el famoso corredor mediterráneo, que no es que falle, es que ni está ni se le espera. Se habla de él, sobre todo cada vez que se acercan elecciones, se utiliza como arma arrojadiza para culparse los unos y los otros, pero nada de nada. Ni se construye el dichoso corredor, n se mejoran las líneas existentes ni en frecuencia ni en rapidez, porque para qué hacerlo si hay que cambiarlo todo no se sabe cuándo.
Mientras tanto, a pagarlo poca ropa, como decía siempre mi madre. Esto es, la ciudadanía de a pie, que tampoco tiene más opciones que no sea la del transporte por carretera.
Es evidente que las Comunidades Autónomas Valenciana y Catalana, por su ubicación física y por sus relaciones culturales, deberían estar estrechamente unidas y parece que el tren no solo no contribuye a esa unión, sino que crea una brecha importante, que convierte en segunda y tercera opción la que por lógica debería ser la primera.
No sé si es que no importa que el corredor mediterráneo no exista, o si es que importa que el corredor mediterráneo no exista, que el orden de los factores, en este caso, sí altera el resultado, pero, sea cual sea, el resultado es un desastre. Dicho sea sin ninguna connotación política.
Supongo que decir esto no servirá de nada, sobre todo, porque se ha dicho una y mil veces sin resultado alguno. Pero, al menos, me sirve para ejercer mi derecho al pataleo. Un derecho que, aunque no esté en la Constitucional es tan fundamental como el que más.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)
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