La segunda ola de la pandemia está aquí. La reticencia que se podía entrever a mediados de septiembre de tratarla como tal se ha ido disipando al mismo ritmo que se comunicaban nuevos contagios. No obstante, no se precisan datos para observar que las ciudades ya tienen otro ánimo, que las noches se han hecho más cortas y las miradas han ido perdiendo la vitalidad estival, conscientes de que este escenario ya se ha vivido antes. Fatiga pandémica, la llaman.
La pandemia no solamente ha puesto en una situación límite las camas de hospital, también ha repercutido en la salud mental de gran parte de la población. Una huella invisible que tiende a cronificarse, a medida que los ciudadanos ven más complicado encontrar una solución. “Nos hemos dado cuenta de que la vida es impredecible y no tenemos control sobre los acontecimientos. Ahora somos conscientes de nuestra vulnerabilidad, de que algo pequeño nos puede hacer mucho daño, y eso deja huella”, comenta María Carmen Martínez, psicóloga especializada en terapia cognitivo-conductual en Alicante
Un problema en el que no se ve “el final del túnel”, como describe Rosa María Baños, doctora en Psicología en la Universitat de València. Según la experta, el coronavirus tiene unas características que lo hacen especialmente estresante, puesto que altera la economía, el trabajo, las relaciones sociales y la salud, “amenaza la vida tal y como la veíamos hasta ese momento”. Los esquemas que han regido la vida social española se deshacen entre cierres del ocio, vigilancia de los contactos y, sobre todo, unos confinamientos que acaban aumentando la soledad de quienes ya la padecían, como pueden ser los mayores.
La mirada de la vejez
Los mayores de más de 70 años han sido uno de los grupos de riesgo para el nuevo coronavirus, pero también lo han sido durante años para los cuadros de depresión que se desarrollan en la vida normal. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 13,3% de las personas de más de 75 años ha experimentado un cuadro depresivo mayor, y el 6,4% otros cuadros depresivos. Este dato está lejos del 2,4%, 3,6% y 4,7% de las personas de entre 35 y 64 años. “Los mayores son los que más han vivido y han aprendido a desarrollar resiliencia, pero también son los que peor lo pueden pasar, porque piensan en la soledad, el fin de la vida y qué le puede ocurrir a sus seres queridos”, incide José Gil, experto en Psicología Clínica y profesor de la UV.
Si el mundo del ocio ya estaba reservado para los jóvenes, con el coronavirus las opciones para que los mayores se mantengan mentalmente sanos se han ido reduciendo. Residencias sin visitas, recelo general por acudir a casa de familiares ―hay 215.400 mayores viviendo solos en la Comunitat― y cierre obligatorio de muchos centros. “Las personas mayores no prescinden tan solo de la libertad de salir a la calle, que muchas de ellas puede que ya no la tuviesen, sino del hecho de recibir visitas, que los hijos vayan y se puedan reír con ellos”, cuenta Francisco Palmero, catedrático de Psicología de la Universitat Jaume I y profesor del curso Envejecimiento saludable.
Como defiende el psicólogo, el proceso depresivo es un cuadro muy serio, que en primera instancia se manifiesta con una “situación de estrés por un cambio en la vida” y el papel que la persona desempeña en ella, para luego desencadenar en una tristeza profunda que puede acabar en depresión. “Si una persona está acostumbrada a despertarse todas las mañanas delante de un cuadro y ahora de repente se levanta en una habitación aséptica que no reconoce, se pregunta qué hace allí. Esa persona es probable que entre en un cuadro de depresión de verdad, porque no tiene nada ni a nadie”, menciona Palmero en referencia a los mayores de las residencias.
“La depresión, en cierta forma, se encuentra muy vinculada a la potencia del sistema inmunitario en cada momento de la vida, y en las personas mayores está muy debilitado. A esta hipotética hipofuncionalidad se le añade esa situación de precariedad afectiva, en la que uno ya no se siente acompañado, creando un cuadro que muchas veces es explosivo”, argumenta Palmero. Así, el experto defiende la importancia de que los mayores tengan apoyo y contacto con más personas:”: La respuesta es el contacto físico, la llave que abre la comunicación”.
Una comunicación que `podría aminorar el desarrollo de las depresiones y los problemas más graves, como los suicidios, uno de los grandes asuntos pendientes de las sociedades. En 2017 se registraron 3.539 defunciones por esta causa, de las cuales un 32% eran personas de más de 65 años, el mismo porcentaje del año anterior. Esta cifra aumenta al 34% en el caso de la Comunitat Valenciana. “Las ideas suicidas son muy complejas porque interactuan muchas causas, aunque es verdad que la principal causa de suicidio es la depresion. La depresión altera su juicio racional y el estado emocional nubla la capacidad para resolver problemas, por lo que la persona no ve otra manera de solucionarlos”, valora Martínez.
Los sanitarios, olvidados
Otro de los sectores que de forma inevitable se han visto sumidos en una situación de estrés continuo han sido los sanitarios. Pese a los aplausos iniciales, muchos han visto mermados sus ánimos en el transcurso de la crisis. No son pocos los médicos que reclamaban durante el verano unas mejores condiciones laborales, y es que el coronavirus ha puesto sobre las cuerdas un sector que de por sí solicitaba más profesionales. Además de esta situación, desde enero hasta septiembre de este año se han multiplicado las agresiones al personal sanitario valenciano, contabilizando 405 agresiones, de las cuales el 16% han sido físicas y el 84% verbales.
“Han partido iniciativas de algunos colegios de psicólogos para ayudar a los sanitarios a gestionar las crisis emocionales y afrontar las cifras de muertes diarias”, cuenta la psicóloga Martínez, “pero las circunstancias no dejaron que los sanitarios se beneficiaran de esas ayudas, porque no podían asistir debido a la urgencia de su tarea asistencial”. La psicóloga incide en que se han agravado los síntomas depresivos de las personas dedicadas a este sector, por la “sensación de impotencia y falta de control” sobre los acontecimientos y su propio trabajo. El coronavirus ha empujado a la mayoría de las personas a realizar sus tareas con una sensación de novedad e incertidumbre constante. Así, lo conocido de repente se convirtió en un escenario demasiado nuevo y amenazante.
Para los hijos de estos profesionales también se trata de una situación complicada, añade, ya que pueden acabar al cuidado de otros familiares o verse repercutido por los síntomas depresivos de sus progenitores. Para la experta, una de las soluciones podría ser la reducción de horas de trabajo y la disminución de la carga asistencial. Además,. valora la necesidad de “seguir ofreciendo esos recursos de ayuda psicológica cuando pase la urgencia de la situación”. Defiende que “los síntomas están ahí” y que los problemas de corte psicológico “comenzarán a ser verdaderamente problemáticos cuando el ritmo de trabajo comience a disminuir”. “Tendrán más tiempo para ser conscientes de cómo están, por lo que no se puede retirar la ayuda cuando más falta hará”, aconseja Martínez.
Conectados a la información
Los expertos entrevistados han incidido en un causante común de ansiedad en la población: la excesiva información negativa durante la crisis. En un momento donde las noticias tienen más plataformas que nunca para ser difundidas, la temática del año se ha homogeneizado. “La situación evidentemente es negativa, pero la sobreinformación no ayuda. Todos los medios abren con esa información y describen un futuro negro que se acaba interiorizando”, critica José Gil Martínez. El psicólogo, no obstante, admite que “hasta cierto punto es normal” que los medios cumplan con ese papel y añade la importancia de los medios como guías del buen comportamiento. “Al final la persona se inmuniza”, afirma, motivo por el cual la mente humana acabaría acostumbrándose a ciertas imágenes, para no recibir tantos estímulos negativos. Así, estos mensajes televisivos podrían estar teniendo el efecto contrario, un camino en el que el cuerpo buscaría fugas para el sufrimiento.
Estas tendencias informativas afectarían en mayor medida a los jóvenes y los adultos de mediana edad, los que más consumen tecnologías digitales. Según el Estudio General de Medios sobre los primeros meses de 2020, un 81,1% de entrevistados hacía uso de Internet, eso significa que 8 de cada 10 personas estarían conectadas a las redes en los momentos claves de la pandemia. De estos, el grueso se encuentra entre las personas de 16 a 44 años, con un uso del 96%. Sobre el continuado anuncio de medidas restrictivas, incluyendo un segundo confinamiento, el experto José Gil Martínez defiende: “Cuando el ser humano no controla lo que ocurre en su ambiente y recibe castigos incontrolados, experimenta una sensación de indefensión, y la respuesta a esto es quedarse paralizado. El problema actual es que esta indefensión se está cronificando, porque el supuesto castigo no está terminando”.
“Los adolescentes, en general, tienen depresiones debido a factores exógenos o psicosociales, por relaciones de pareja o de amistad que son conflictivas y dificultades en la comunicación. Ahora son un grupo de personas que tienen peligro, porque están obligados a estar mucho con sus padres en un momento donde existe cierta desconexión o tensión con ellos”, cuenta Martínez. Así, el número de adolescentes que podrían tender a la depresión podría aumentar si lo comparamos con el año anterior a la pandemia, y preocupa que para muchos signifique la primera experiencia con este trastorno emocional. “Puede que los jóvenes no sean tan vulnerables físicamente, pero esta enfermedad también les está coartando porque interfiere en procesos naturales de socialización que se necesitan para el propio desarrollo emocional, por lo que les es difícil compaginar todo esto”, añade la psicóloga Rosa María Baños.
Baños, además, incide en la fragilidad de algunos colectivos para este tipo de problemas psicológicos ya que, pese a no verse tan afectados por la pandemia a nivel sanitario, sí que se ven muy influidos por las condiciones económicas que la situación arrastra. Es el caso de aquellas personas más vulnerables económicamente antes de la pandemia, cuyos ingresos se verían más amenazados actualmente. Asimismo, estos grupos también han tenido más dificultades para adaptarse a un confinamiento domiciliario, por las condiciones de la vivienda. “No es lo mismo soportar esta situación con una casa bien acondicionada, amplia y con tus seres queridos, que hacerlo solo en una casa que no reúna suficientes condiciones y unas demandas laborales más fuertes. Las personas vulnerables podrían tener reacciones muy intensas a un confinamiento”, destaca la experta.
Los últimos datos publicados sobre el índice de depresión y suicidios por el Instituto Nacional de Estadística, que pertenecen a 2014, avalan estas afirmaciones. La Encuesta Europea de Salud señala que más de un millón de personas con estudios básicos o inferiores sufrían un cuadro de depresión mayor en este momento, muy lejos de las 199.000 que tenían estudios intermedios o las 145.000 con estudios superiores. También influye en el índice de depresión la ocupación. Según el INE, los ocupados en el sector primario y los trabajadores no cualificados tendrían más del doble de posibilidades de desarrollar cuadros depresivos graves que todos los directores, gerentes, ocupados intermedios y los que trabajan por cuenta propia juntos.
Así, la desocupación o las pocas expectativas laborales que permanezcan en la sociedad tras la crisis sanitaria podría seguir incrementando esta situación. La psicóloga Baños añade que esta tendencia a la depresión podría tener muchísimas más explicaciones, también biológicas y que formarían parte de nuestra forma de ser. “Hay personas que, por características genéticas, son más propensas a la depresión o bien a ser resilientes, y ese factor juega un papel importante, como sucede con otras enfermedades”, comenta. Sin embargo, también argumenta que la genética “no lo dice absolutamente todo” y que las personas pueden “aprender a resolver mejor los problemas y reaccionar de formas más adaptativas”.
La última opción
Las mujeres son las que más acuden a consulta, según el psicólogo Martínez, cosa que achaca a la cultura de gestión emocional existente: “A los niños se les educa desde pequeños diciéndoles que los hombres no lloran, por lo que no está acostumbrado a expresar sus emociones”. Sin embargo, la cifra de suicidios masculinos en comparación a la de las mujeres es superior en todas las edades, según datos del INE de 2018, con grandes diferencias a partir de los 55 años, edad en la que se triplican los datos de los hombres en comparación a las mujeres. Por ejemplo, en la edad comprendida entre los 80 y los 84 años, hay 84 muertes por esta causa por cada 100.000 habitantes masculinos, mientras que tan solo 6 entre la población femenina.
“Muchas veces olvidamos que dentro de la salud también está la salud psicológica, que en ocasiones pasa a un segundo plano porque lo otro es más urgente. En este contexto, las ideas suicidas son muy complejas porque interactúan muchas causas, aunque la principal es la depresión”, lamenta Martínez. No obstante, también recalca que no toda persona que sufre este problema acaba desarrollando ideas suicidas, sino que el estado depresivo “altera el juicio racional de las personas y se nubla su capacidad para resolver obstáculos”, cosa que en algunos individuos puede ser un detonante para las “crisis suicidas”, ya que la persona “no ve otra manera de solucionar sus problemas”.
“Si una persona tiene depresión y está sola, y nadie sabe que tiene este problema, no se puede hacer nada, porque sin nadie que le escuche es poco probable que busque ayuda, tampoco imposible”, sentencia Francisco Palmero. Incide en la importancia de detectar cuándo las personas comienzan a tener síntomas depresivos y pedir consejo. Para Martínez, es esencial “tener objetivos, porque nuestra vida tiene que tener un sentido, ya sea escribir, organizar, las manualidades. También ayudar a los demás, porque no hay nada más poderoso y siempre hay alguien a quien podemos echar una mano”.
Así, la gran mayoría de personas que pasan por un proceso depresivo acaban mejorando su situación, y para la experta Baños la ayuda especializada puede ser la clave: “No tiene por qué estar muy mal para buscar ayuda psicológica, es como si dijéramos que como aún no tenemos cáncer no necesitamos ir al médico, porque también vamos para otras cosas, y puede ayudar a que los problemas no se cronifiquen”. Martínez también añade a esta lista la comunicación, como tener “una lista de amigos” a los que llamar, así como “hacer ejercicio”. Esta comunicación, debido a la situación epidemiológica, puede ser cada día más complicada, pero para los expertos es la clave para mejorar la situación de muchas personas, y de no cronificar la llamada “fatiga pandémica”, que puede tener consecuencias irreversibles.