Susana Gisbert. /EPDA
Cómo
cambian las cosas. Quién nos lo iba a decir cuando las películas e Esteso y
Pajares nos mostraban a los españolitos de a pie entusiasmados a la par que
deslumbrados por el desembarco de las suecas en nuestras playas y piscinas. Hemos
pasado del fervor absoluto a la llegada del turismo a la turismofobia. O poco
menos.
Me cuentan que en diversos puntos de mi ciudad de
Valencia han aparecido pintadas que insultan a los turistas, y les invitan a
marcharse, por decirlo de modo fino. Y la verdad es que ni una cosa ni otra.
Una vez más, en el medio está la virtud. O debería estarlo.
Es cierto que el modelo turístico que hemos tenido
hasta hace nada está en crisis. Que de poco sirve el turismo de borrachera y de
todo vale, que reporta muchos más perjuicios que beneficios. Pero también es
cierto que, en una economía como la nuestra, gran parte del peso del PIB está
centrado en l turismo y todo lo que se mueve a su alrededor, y eso tampoco se
puede olvidar.
No se pude
medir a todo el mundo con el mismo patrón, ni muchísimo menos. No todos los
turistas van todo el día en chanclas y traje de baño, de discoteca en discoteca
y de jarra de cerveza en jarra de cerveza. O de sangría, que para el caso es lo
mismo. Los hay interesados en otras cosas, que se comportan con educación y que
se dejan sus buenas divisas en nuestro país. Estoy segura de que a estos no les
hará maldita la gracias encontrarse día sí día también pintadas que les
recuerdan que no son bienvenidos. Y de estos no podemos permitirnos el lujo de prescindir,
así como así.
En definitiva, no se trata de emular a Berlanga, y
salir a la calle vestidas de folklóricas -de fallera, en nuestro caso- cantando
lo de que les recibimos con alegría, pero de ahí a recibirlos a patadas hay un
mundo. Y se trata de una barrera peligrosa de atravesar, que tal vez no tenga vuelta
a atrás.
No nos podemos pegar un tiro al pie. La pandemia,
sin ir más lejos, nos demostró que nuestra dependencia del turismo es excesiva,
pero la lección a aprender es optar por un turismo más sostenible, y no
denostar a cualquiera que venga de fuera.
Porque el odio nunca es una buena solución. Venga de
donde venga
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