Susana Gisbert. /EPDA
Cuando era pequeña, había varias cosas que indicaban que había llegado la Navidad. Una era el anuncio de cava protagonizado por las burbujas Freixenet, normalmente acompañadas de algún famosos o famosa al que se había pagado un pastizal. El otro, eran los anuncios de turrones, y especialmente el de El Almendro, con su almibarada imagen de alguien que vuelve a casa por Navidad, una frase que se nos quedó en el disco duro para siempre.
No era, desde luego, el único turrón que se anunciaba. Estaba el que se vendía como “el turrón más caro del mundo” -un eslogan que jamás comprendí-; el que se representaba mediante una maza con la que se rompían las almendras al tiempo que una voz decía “picó”, aludiendo a la marca; el que, sin razón aparente era representado por un lobo y el que más nos gustaba, el de chocolate, con una frase que ha perdurado en la publicidad hasta nuestros días, “en estas navidades turrón de chocolate, que sabe a Navidad”
Ahora nada es igual. Por un lado, la tele no es única, y la que era la única no tiene anuncios. Y, de otro, la variedad de turrones nada tiene que ver con aquellos básicos: el de Jijona, el de Alicante, el de yema tostada y, como culmen, el de chocolate hecho de arroz inflado, al que en algunas casas se unía el de guirlache. Ahora hay de todo lo que una se pueda imaginar, de whisky a palomitas de maíz, pasando por arroz con leche, frutos del bosque, cualquier clase de frutos secos o cualquier cosa que se pueda imaginar. Y las marcas son infinitas, incluidas las marcas blancas de cada empresa. Una variedad de la que podemos disfrutar casi desde el puente de El Pilar.
Pero lo que no cambia es la pregunta que me hacía desde pequeña. ¿Por qué, si el turrón está bueno, solo se consume en Navidad? O, al contrario, ¿por qué, si no nos emociona demasiado, nos empeñamos en tomarlo siempre en estas fiestas? Pues supongo que se debe a la tradición, aunque la tradición siempre tenga una razón de ser, que en este caso parece que es que se trataba de un dulce caro y se reservaba para las grandes celebraciones.
Hoy en día, hay quienes aún se resisten a los turrones “modernos” y no quieren otros que los que se habían comido toda la vida, y quienes apuestan por la innovación, y dejan atrás una tradición de siempre. Y por supuesto, hay una mayoría que mezcla amabas cosas y quien pasa olímpicamente de dulces típicos.
Sea como sea, a nadie le amarga un dulce.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)
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