Susana Gisbert. /EPDAEl tiempo pasa volando, como reza el conocido dicho. Y no deja de ser cierto. Parece que fue ayer, pero en nada hará un año de uno de los días más terribles que recordamos en mi querida Valencia, el de la Dana que arrasó varias pedanías de la ciudad y varios pueblos.
Ante nuestros estupefactos ojos, el agua se llevaba todo lo que encontraba a su paso, incluidas vidas humanas. Los más afectados lo vivieron en vivo y en directo. En otros casos, como en el mío, no dábamos crédito a las noticias que iban llegando de todos esos lugares, en algunos de los cuales ni siquiera caía una gota.
Todavía no se han ventilado todas las responsabilidades, y aun tardaremos tiempo en que así se haga, si algún día llega. Lo que está claro es que nada será igual. Nada será igual, desde luego, para quienes perdieron la vida, ni para sus familias y seres queridos. Nada será igual, tampoco, para quienes perdieron su casa, sus vehículos, y gran parte de todas esas cosas que se atesoran en toda una vida. Y nada será igual para quienes vieron cómo el agua arrastraba sus negocios, su forma de vida, aquello que había sido la fuente de su sustento. Porque nada podía ser igual.
Por eso, aunque parezca que el tiempo pasa volando, no siempre es así. Estoy segura de que para quienes perdieron a sus seres queridos, el duelo se ha hecho largo y todavía sigue oprimiendo sus corazones entre la pena, la rabia y la impotencia. También los días pasarán despacio para quienes esperan volver a poner en marcha su negocio, reconstruir su casa o, simplemente, reinventarse, que no es poco.
Para estas personas, salir adelante cada día puede convertirse en un esfuerzo sobrehumano, mientras se preguntan por qué pasó y si podía haberse evitado y mientras los políticos juegan a buscar culpables en vez de buscar soluciones.
Y luego está el miedo, el eterno miedo que se queda pegado a la piel de por vida ¿Puede volver a pasar? ¿Nos pillará de nuevo desprevenidos? Un miedo que sale a la luz cada vez que el cielo decide descargar su ira, y que no alcanza solo a quienes lo vieron en sus carnes, sino que nos invade a todos.
Parece que fue ayer, pero ya ha pasado un año. Un año puede hacerse eterno. Sobre todo, cuando es imposible que las cosas vuelvan a ser como fueron.
Por eso quiero mandar desde aquí un enorme abrazo para todas las personas que, un año después, siguen sufriendo.
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