Susana Gisbert. FOTO EPDA
Ya están aquí de nuevo.
Aunque el frío ha tardado en llegar, lo ha hecho otra vez, y con él han llegado
de nuevo las guirnaldas, los brillos, los oropeles y toda la parafernalia que
anuncia la Navidad.
El chico del anuncio ya
vuelve a casa un año más, y la tele se llena de perfumes, de juguetes, de
turrones y de miles de promesas anticipadas por el anuncio de la lotería, que
nos ha resultado un poco marciano, en el sentido más literal de la palabra.
Y siempre me hago la
misma pregunta. Aunque podríamos consumir turrones y cava todo el año, parece
que ahora es más adecuado. Hasta ahí vale. Vale también lo de los juguetes, que
por algo las fiestas son para los más pequeños de la casa y hay que darse prisa
en meterles por los ojos todo lo que quieran pedir en sus cartas a Papá Noel, a
los Reyes Magos o a ambos.
Pero ¿alguien me puede
explicar por qué esa manía de los perfumes? ¿Es que solo se tiene que oler bien
en Navidad? ¿No necesitamos perfumarnos el resto del año? Y además, también me
he preguntado siempre qué tendrá que ver el aroma de cada cual con las imágenes
con las que se relacionan, desde aquel Jacques al que debe seguir buscando la
chica de la cazadora de cuero.
Aunque entre todos los
anuncios sigo mirando con especial cuidado los de juguetes. Y sigo viendo cosas
que no me gustan. Niñas que solo se emocionan con maquillajes y purpurina
mientras los niños se dedican al fútbol y a salvar al mundo. Cocinitas, bebés y
muñecas para ellas y juegos de acción para ellos. Y, aunque se ven algunos
avances de cara a la igualdad, todavía queda un mundo de pasillos rosa y
estereotipos por superar.
Y no solo son los
juguetes. También son esas estampas navideñas donde las mujeres se afanan en
preparar las mejores viandas, ayudadas por el supermercado que hace las mejores
ofertas o por los más modernos electrodomésticos que dejan la casa tan
brillante que ni el pedante del mayordomo del algodón tiene nada que decir. Y
lo peor es que esa estampa se acerca más a la realidad de lo que nos gustaría
reconocer.
Así que podríamos
aprender de Papá Noel y los Reyes Magos, que hacen todo el trabajo sin esperar
a que ninguna Mamá Noela ni Reina Maga les haga la cena ni les planche las
capas, y pedirles, de paso, que para estas fiestas nos regalen un poquito de
igualdad de la buena, mucho más útil que la mirra ésa que nadie sabe aún para
que sirve.
Yo creo que ya toca. Que
llevamos muchos años pidiéndola y nunca llega. Y, ya puestos a venirme arriba,
cuando llegue el día 22 de diciembre y los niños y las niñas de San Ildefonso
canten el número de lotería que no llevamos, podamos decir que, además de la
tan trillada salud, nos queda la igualdad que vino para quedarse para siempre.
Que no hace falta ir hasta Marte para buscarla.
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