Rosario Fombuena. / EPDALas catástrofes naturales se suceden con la frecuencia de quien ya no pide permiso para entrar. Inundaciones, incendios, olas de calor… La emergencia se ha vuelto cotidiana y, con ella, la solidaridad. Pero algo está cambiando: el mapa de la ayuda ya no se dibuja desde los despachos, sino desde los barrios. La ciudadanía se organiza antes incluso de que lleguen las instituciones, y el voluntariado deja de ser "ocasional" para convertirse en un sistema vivo de apoyo mutuo.
El sociólogo Boaventura de Sousa Santos escribió que "la solidaridad no es un acto de caridad, sino una forma de luchar por el futuro de todos". Esa idea resume el momento que vivimos. Cada emergencia revela tanto la fuerza de la sociedad civil como la fragilidad de las estructuras públicas: falta de coordinación, poca inversión en prevención y una dependencia excesiva del impulso emocional más que de una planificación real.
Sin embargo, en medio del caos, emerge una lección poderosa: la solidaridad no es solo respuesta, es tejido. Es la capacidad de una comunidad para transformarse en red, para convertir la vulnerabilidad en acción colectiva. Ya no hablamos solo de voluntariado asistencial, sino de participación cívica, de vecindad, de compromiso ambiental y social que trasciende la emergencia.
El nuevo mapa de la solidaridad no tiene fronteras fijas. Conecta al joven que limpia riberas con la agricultora que cede su tractor, al grupo vecinal que coordina donaciones, con el técnico que diseña sistemas de alerta. Cada acción cuenta, pero lo decisivo es la estructura que las une: una red que funcione antes, durante y después del desastre.
Aquí, en la Comunitat Valenciana, lo hemos visto de cerca. Tras cada incendio o cada episodio de DANA, miles de personas dan un paso adelante sin esperar a que alguien dé la orden. Son las mismas manos que luego reconstruyen, acompañan y sostienen. Ese espíritu mediterráneo, hecho de cercanía y resistencia, demuestra que la solidaridad no entiende de siglas ni de jerarquías: entiende de comunidad.
Porque la solidaridad no surge del vacío; se construye cada día, en la confianza y en la colaboración. Y quizá ahí -en esa nueva cartografía de manos entrelazadas que une pueblos, montes y orillas- esté la verdadera reconstrucción que necesitamos como sociedad.
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