Uno de estos días, mientras conducía, escuché una conversación entre mis hijos en la que mi pequeña, le decía al mayor que era imposible que tuviéramos un accidente porque "nuestra mami es profesora en la universidad y el papi, policía." Por nada del mundo pensé en intervenir, aunque algo en lo más profundo de mi ser quiso confesarles que no puedo evitar pensar en equivocarme al volante, cometer un error mortal, con ellos dentro.
Creo que es mejor compartirlo aquí porque algo me dice que todos vivimos con miedos. Fruto de experiencias vividas, historias narradas, leídas, escuchadas o presenciadas. Quizás, algunos irracionales, que pueden llegar a impedir que vivamos de verdad, sin pensar demasiado en los riesgos que entrañan cada paso que damos. A vivir como esos dos niños, sintiéndose inmortales, protegidos, amparados por esos súper humanos a los que llaman mamá y papá.
Por eso, ahora no necesitan saber que mamá sufrió un grave accidente de tráfico ocasionado por hielo negro en la I-35 a la altura de Norman, Oklahoma, una fría noche víspera de Acción de gracias y que, pese al siniestro total de su Chevrolet Cobalt, salió ilesa. Que ha recibido esa estremecedora llamada cuando fallece un padre de manera inesperada, un día antes del quinto cumpleaños de un hijo. Que, a cargo de la atención de llamadas en el 112, escuchó cientos de desgracias y que, hoy, cuando está con ellos, dentro y fuera de casa, le vienen todas a la mente.
De ahí que, cuando paseo por la calle, apriete bien sus manos. Camine debajo de los balcones y, en días de aire, mire siempre hacia arriba. Les cobije sutilmente detrás de farolas mientras esperamos en los pasos de peatones, observando atentamente a los conductores o acelere el paso por la acera cuando un coche enciende el motor. Inspeccione los cables de la casa y el filete de pescado a partes iguales y en la piscina, nunca tome el sol. Ellos crecerán, mis temores, puede que también y, algún día les contaré que sin miedos no existirían los valientes.