La historia del veneno como arma silenciosa tiene un largo recorrido en Valencia, desde los oscuros días del medievo hasta episodios más recientes que todavía estremecen. No es necesario blandir un arma cuando unas gotas bastan para segar vidas. Ya lo sabía Rodrigo Borgia, más tarde Papa Alejandro VI, que manejó el arte de la ponzoña como herramienta de poder.
Uno de los casos más impactantes ocurrió en 1956: Pilar Prades, criada de un matrimonio valenciano, donde el crimen se formó en una cocina doméstica, fue acusada de envenenar con insecticida -arsénico, en concreto- a la esposa de su empleador. El médico, marido de la víctima, notó el deterioro de su mujer y, mediante análisis propios, descubrió la presencia de toxinas. Su perspicacia condujo a la detención de Pilar, también relacionada con una muerte anterior en una tocinería. Fue condenada a muerte en 1957, la última mujer ejecutada en España. El verdugo dudó en aplicarle el garrote vil, solo lo hizo tras ingerir varias copas de coñac.
Más atrás, en 1911, otro crimen sacudió Burjassot. El exconcejal Joaquín García Romero fue envenenado por tía y sobrina que lo acompañaban en su vida pública. Tras beber vino adulterado, cayó enfermo y murió. Aunque el veneno surtió efecto, el plan incluía sicarios y una fosa preparada. Ambas mujeres acabaron encarceladas.
Retrocediendo aún más, en 1442, nos deja una historia relatada en los archivos: el suegro de Pere Roquer, Sanxo Calbó, fue acusado de matar a su hija y a la suegra de Pere con derivados de arsénico. El móvil: la herencia.
La condena fue brutal: enterrado vivo junto al cadáver de su hija, luego ahorcado. En ese caso, un sacerdote trató de salvar a los envenenados con agua bendecida con cuerno de unicornio, según consta en los archivos del Reino de Valencia.
Estas historias, más allá del morbo, revelan una constante inquietante: el veneno como herramienta de poder, desesperación o venganza. Su uso, sigiloso y cruel, ha dejado huellas en la memoria de Valencia. Y aunque hoy nos parezca parte de una leyenda oscura, lo cierto es que fue -y quizá aún sea- una forma de crimen tan efectiva como invisible. Cuidado con lo que le ofrecen, vigile…quizá alguien le quiere mal.