Todos los años pasa. Llega el verano y toca cerrar etapa. Algo que, aunque es propio de estudiantes, acabamos adoptando todo el mundo. Hay que acabar esto, y aquello, y lo de más allá. Hay que dejar las cosas cerradas como si fuera llegar el fin del mundo y tuviera que pillarnos con los deberes hechos.
Antes, por supuesto, hay que pasar un trámite ineludible, el de las exhibiciones de fin de curso. Se trate de deporte, de danza, de teatro o de cualquier otra cosa más o menos artÃstica, hay que demostrar que se han aprovechado el tiempo y el esfuerzo empleados -y el dinero gastado, claro está- y hay que regalar a papás, mamás, abuelitos y fans varios la oportunidad de que se les caiga la baba ante las evoluciones de sus criaturas, aunque las criaturas no siempre hagan lo que se espera de ellas.
Tal vez es esa presión para mostrar en público lo conseguido durante el año, que nos inocularon cuando éramos crÃos y de la que nos dieron una dosis de recuerdo en cuanto nos sacamos la L de la paternidad, la que nos sigue angustiando. Quizás por eso no somos capaces de irnos de vacaciones sin una ración extra de estrés derivada de ese sÃndrome del fin del mundo del que hablaba antes. Y no estarÃa mal del todo si no le hubiéramos quitado la parte buena, la de la alegrÃa y la ilusión con la que salÃamos al escenario.
A veces me pregunto qué es lo que harÃamos si a cada fin de curos nos instaran a hacer una función, como en aquellos tiempos de colegio. Y cómo reaccionarÃan nuestros seres queridos y el resto del público ante nuestros éxitos y nuestros fracasos, si es que alguien venÃa a vernos. SerÃa un buen ejercicio imaginar qué serÃa lo que seleccionarÃamos para presumir y qué es lo que no quisiéramos que se viera. Pero, sobre todo, serÃa un magnÃfico ejercicio, recuperar la ilusión con la que nos preparábamos para aquello festivales, por modestos que fueran.
Asà que voy a aprovechar mi particular fin de curso para invitar a una reflexión. ¿por qué en vez de agobiarnos tanto para acabar las cosas al precio que sea, no nos entretenemos en pensar qué hemos hecho tan bien como para exponerlo en público? ¿por qué no disfrutamos de las cosas que hacemos?
Nunca es tarde para pararse a pensar. Y el final de la temporada es una buena excusa. Asà que pensemos. Pero que nadie piense que esto es una despedida hasta septiembre que de eso nada. Aquà seguiremos