Confieso que siento simpatía por las pedanías, esos lugares que quedan difuminados en una especie de limbo entre localidades y barrios. No tienen ni una categoría ni la otra. Disponen de un ayuntamiento con reducidas competencias y de una alcaldía vocacional que ejerce funciones al ralentí (por escasez de recursos) y nombrada directamente por quien ha ganado la alcaldía en el municipio matriz. Normalmente se hallan alejadas del casco urbano principal y exhiben un encanto propio, con su aroma rural. Quizás esa idiosincrasia inspire mi sentimiento de proximidad.
Las aldeas de Requena (el término municipal más extenso de la provincia con sus 814 kilómetros cuadrados y sus 25 núcleos menores) constituyen nítidos ejemplos de pedanías por antonomasia. Forman parte del todo (el municipio), aunque destacan como una parte específica.
Y para quien no habite en esta comarca del interior de la provincia y lo haga en el área metropolitana de Valencia, la oportunidad de disfrutar de esa esencia más agreste y relajada la tiene en las cercanas Mahuella, Tauladella, Rafalell y Vistabella, pedanías minúsculas enclavadas en l' Horta Nord, entre las tierras fértiles de Meliana, Albalat dels Sorells, Foios o Vinalesa. Pese a su peculiaridad, resultan menos conocidas que otras más afamadas.
El Saler, el Perellonet, Pinedo, El Palmar... son topónimos que con la afluencia de la época primaveral en la estación estival se repiten con más frecuencia que el resto del año en conversaciones de locales y consultas de visitantes. La fama de sus playas y la posibilidad de disfrutar de una extensa y deliciosa gastronomía les precede. Desplazarse a El Palmar para comer una paella y pasear por la Albufera se ha consolidado como dos de los rituales más placenteros para los sentidos.
Todos estos lugares tienen el rango de pedanías de Valencia, de espacios dependientes organizativamente de la capital aunque con alguna autonomía, como la de disponer de alcaldes propios. En la práctica, aportan, con sus encantos naturales, el trabajo de sus gentes y su vitalidad turística, energía y calidad de vida al conjunto urbano. Como también lo hacen La Torre, Castellar-Oliveral u Horno de Alcedo, tres pedanías unidas y renombradas por la desgracia de la dana, que centró en ellas sus daños a Valencia.
Bemimàmet, Poble Nou, La Punta, Borbotó, Massarrochos, Casas de Bárcena, Beniferri o Benifaraig ofrecen entornos verdes con sus huertas y sosiego con sus casonas de pueblo y su ambiente rural. Constituyen, en cierto modo la antítesis de las pedanías playeras citadas al principio y, por otra parte, el complemento perfecto para Valencia. En cualquier caso, todos estos enclaves pedáneos merecen ocupar un lugar relevante en la geografía y en el sentir de la ciudad todo el año, aunque vivan en verano su cénit de popularidad.