Si
estos cinco años de carrera han resultado productivos para algo (y yo estoy
convencido de que así ha sido, a pesar de que muchos se empeñen en pensar lo
contrario) sin duda ha sido para aprender, entre otras cosas, a desconfiar. De
todo, de todos. Tener un pensamiento crítico que pronto quedará desmontado por
una u otra razón, pero que mientras dure pueda servir al menos para alimentar
un escepticismo irreverente y molesto contra aquellos que tienen el poder.
Otra
de las cosas que a la larga crees haber aprendido es que no existe ningún medio
plenamente imparcial. Que todo se debe a una causalidad, y que la casualidad en
periodismo es cualquier cosa menos caprichosa. Aquello de la ideología, los
valores y la línea editorial se convierten en palabras vacías que,
lamentablemente, en la mayoría de los casos no trascienden del plano teórico. Y
en la práctica, salvo contadas excepciones, nos movemos por otros impulsos
mucho menos románticos.
En
este crudo mes de septiembre, donde todo parece volver a la normalidad después
de un gran paréntesis informativo en que no escuchábamos mayor noticia que el
sofocante calor por el que se quejaban los termómetros, vuelve la marcha a los
periódicos. Y yo he perdido ya la cuenta de cuántas veces en los últimos días
se han publicado, emitido o locutado informaciones cuanto menos agresivas
contra la compañía de bajo coste Ryanair y su extravagante presidente. Que si
un avión aterriza de emergencia por falta de combustible, que si otro regresa a
su aeropuerto de origen por problemas técnicos...
Lo
cierto es que no trabajo en una terminal, ni tengo la más remota idea de
aeronáutica, pero estoy convencido de que problemas de esta índole pueden verse
decenas de veces en cualquier aeropuerto de cualquier país del mundo. Quizá sea
Ryanair, con su política de ahorro extremo, la que corre más riesgos y la que
más precarias condiciones ofrece a sus clientes. Pero eso es algo que llevan
haciendo desde el principio mismo de su existencia. ¿Por qué entonces nos
bombardean ahora con noticias de este tipo? ¿Por qué contra esta compañía y no
contra otra? ¿Acaso las demás no sufren nunca percances? ¿A qué mente perversa
pudiera interesarle tratar de hundir a una competencia que ofrece los precios
más bajos del mercado?
Iberia
Express es la filial de Iberia que nació hace ahora poco menos de un año y que
desde marzo lleva operando en el territorio español, cubriendo trayectos de
corto y medio recorrido, y tratando de hacerse un hueco en el mercado. Ofrece,
dice, un servicio con costes más bajos que su matriz madrileña, pero que ni con
esas puede competir en precios con nuestra amiga Ryanair.
Quizá
a esta compañía, como a tantas otras, les vaya perfectamente y no necesiten de
la publicidad destructiva para quitarse del medio a la competencia. O quizá
simplemente todos estos anuncios intrusivos que ahora vemos en prensa no sean
más que pequeños encargos para desprestigiar a una marca molesta y peligrosa.
Espero, en cualquier caso, que Ryanair pueda seguir ofreciendo sus precarios
servicios. Al menos durante un tiempo, pues el mes que viene me toca coger uno
de estos desastrosos y terroríficos aviones.