El Marítimo, o Marítim, así,
a palo seco, es como los habitantes del distrito Poblats Marítims de Valencia
lo llamamos en la intimidad, por lo que al proponer este titular introducimos
en nuestra intimidad al lector, no importa de dónde proceda o dónde resida.
Hablar del Marítimo, bajo
cualquier aspecto, es hablar de Valencia, pues los barrios que lo componen no
han sido más que una ineludible extensión de esa urbe dos veces milenaria.
En un principio fue la Vilanova de la Mar de
Valencia (Villa Nova Maris Valentiae), organizada por Jaime I a imitación de la
de Barcelona, también llamada la Vilanova del Grau de la Mar.
Alrededor del Grau como
embarcadero de pasajeros y mercancías surgieron asentamientos de pescadores
que, con el tiempo, fueron conocidos como el Canyamelar, el Cabanyal y el Cap
de França. Ya en el siglo XVIII (1720) se estableció un Lazareto en la margen derecha
del río Turia para que las tripulaciones, pasajeros y mercancías procedentes de
puertos sospechosos de sufrir alguna epidemia guardaran la debida cuarentena.
Ese Lazareto, por corrupción lingüística, devino Nazaret.
Al margen de los fines
puramente utilitarios que cada uno de estos asentamientos a las afueras del
Grao tuvo entre los siglos XV, XVII y buena parte del XVIII, hubo un hecho que
posibilitó el verdadero desarrollo físico y social de esos lugares: la firma el
27 de agosto de 1786 del Tratado de Argel entre la Corona Española y el Dey de esa
Regencia del Imperio Otomano que, añadido al firmado anteriormente con Trípoli
y Marruecos, terminó de una vez por todas con la piratería y el corso
norteafricanos, lo que devolvió la tranquilidad en la costa mediterránea española y propició la
construcción de viviendas e industrias con plenas garantías de continuidad.
Como en tantas cosas de la
vida, un hecho conduce a otro y, en este caso la influencia vino de Inglaterra.
En 1752 un tal Richard Russell, médico, publicó "Glandular Diseases, or a
Dissertation on the Use of Sea Water in the Affections of the Glands"
("Enfermedades glandulares o Disertación sobre el uso del agua de mar en las
afecciones de las glándulas"). El Dr. Russell estaba tan convencido de la
bondad de esa terapia que incluso recomendaba beber, bajo ciertas condiciones,
agua de mar.
Acababa de nacer la después llamada
Talasoterapia o el uso terapéutico de los baños de mar y el Canyamelar y
Cabanyal se pusieron de moda.
Libres estos poblados de incursiones
piráticas y con unas playas sumamente benignas
el porvenir se presentaba francamente prometedor. Ya no solo se viviría
de una precaria y peligrosa actividad pesquera o contrabandística, se podría
vivir también del turismo (no hay casi nada nuevo bajo el sol…).
En los últimos años del siglo XVIII se
construyeron alquerías y barracas por muchos vecinos no solo de esos poblados
sino por gente acomodada de la ciudad que deseaba disponer de un lugar de
residencia veraniega para "tomar los baños" y vivir a su aire durante unos días
pero sin privarse, más bien todo lo contrario, de los placeres y refinamientos de
la ciudad.
El celo incansable de un arzobispo, D. Andrés
Mayoral, consiguió que el legendario Corral de la Olivera, teatro en el que
estrenaron obras Guillén de Castro, Tárrega, Artieda y el mismo Lope de Vega,
fuera demolido tras haberse prohibido la representación de comedias en la
ciudad de Valencia en 1748 a raíz del terremoto de Montesa, interpretado como
castigo divino por la impiedad popular.
Las comedias se prohibieron como inmorales en
las ciudades pero como nada se especificó sobre los lugares fuera de ellas en
1783 se habilitó un teatro en el Grao que funcionó durante dos años hasta que
se reabrió uno (realmente se trataba de un almacén) dentro de Valencia conocido
como la Botiga de la Balda.
La
semilla ya estaba echada y los veraneantes capitalinos celebraban veladas
musicales y teatrales cada vez con más
frecuencia. José María Zacarés escribe
en la revista El Fénix (12 y 19 de septiembre de 1847) que en una alquería
junto a la acequia de los Ángeles (Cabanyal) a finales del siglo XVIII y
durante varios veranos se dieron funciones en las que incluso llegó a
actuar Rita Luna, famosa actriz de la
época.
La
llegada del ferrocarril desde Valencia al Grao en 1852 y una década después al
Cabanyal generó tal cantidad de afluencia de veraneantes que una quincena en
una barraca – las alquerías las disfrutaban sus dueños – llegó a costar casi un
ojo de la cara.
El
teatro no podía faltar en aquellas noches veraniegas, construyéndose en 1856 el de Las Delicias en la calle de la
Reina (Canyamelar). Les pareció poco ese coliseo a los empingorotados
capitalinos (también de Madrid) y, tras sufrir un incendio en 1864, se
construyó en su solar, un año después, uno mucho más lujoso, local que tomó distintos
nombres en función del ambiente político del momento, así fue Teatro de la
Reina, de la Marina y de la Libertad. Se remodeló en 1890, tomando otra vez el nombre de Teatro de la Marina, hasta acabar
siendo cine en la década de los cincuenta del siglo pasado. Fue devastado por
un incendio en 1962.
Hubo
otro célebre teatro de verano, también en el Canyamelar: el Teatro Serrano,
llamado así en honor al compositor valenciano José Serrano e inaugurado por él el
17 de junio de 1910. Construido y regentado por dos buenos amigos suyos,
Vicente Pallás Setembre, maestro de obras del Canyamelar y Eugenio Dasí, agente
en el Grao de una compañía naviera italiana, estaba situado junto al Balneario
Las Arenas y era una verdadera maravilla de 3450 metros cuadrados para
disfrutar de las artes escénicas junto al mar, con un aforo para tres mil
espectadores distribuidos entre veinticuatro palcos, quinientas butacas y
entrada general. Contaba con amplio jardín y un restaurante de 260 metros
cuadrados. Con el tiempo se dedicó principalmente al cine, cesando su actividad
en 1935.
Estos
son los dos grandes mástiles que la nave de Talía tuvo en el Canyamelar durante más de un siglo pero no podemos omitir
esas vergas que, principalmente en el Grau, sostuvieron en las tres primeras
décadas del siglo XX una nada despreciable oferta teatral caracterizada
principalmente por obras de circunstancias y de evasión, alternando igualmente
las tablas y la pantalla cinematográfica en no pocas ocasiones. Fueron estos
coquetones coliseos El Dorado, inaugurado en 1912; el Benlliure, llamado
posteriormente Lírico, inaugurado en 1915 y el Teatro La Rosa.
En
el siglo XXI es de nuevo el Canyamelar el que mantiene el fuego sagrado de las
artes escénicas profesionales en el Marítimo en el modernísimo Teatre El
Musical (TEM).