El presidente de la Diputación de Valencia y máximo responsable del Partido Popular en la provincia, Vicent Mompó, destaca por su cercanía y naturalidad en la conversación. Habla con desenvoltura y conforme va hilvanando las ideas y le brotan las palabras. Alejado de las miradas calculadoras y frases de argumentario tópicas de otros políticos. Y siempre lo hace en valenciano. Probablemente esos rasgos personales, que no responden a siglas, son los que han cimentado el gobierno de la corporación provincial con Ens Uneix, y más en concreto con Natalia Enguix, una persona también de cercanía y uso constante del valenciano.
Esa sinceridad -a la que él mismo alude tanto que puede parecer que presume- le induce a alargarse en explicaciones que se salen del guion e incluso de la paciencia del receptor con escaso tiempo de escucha. O a contar cuestiones personales que para otras personas quizás no vengan a cuento, pero que para él constituyen la base de su argumento o de su forma de ser.
Esta circunstancia ocurrió, con reincidencia, en lo que iba a ser un desayuno de prensa informal y se transformó en una demasiado formal rueda de prensa. Y cuando el personaje gana en cercanía, en el trato personal, puede no desenvolverse con tanta soltura o claridad desde la lejanía, desde la tarima. Principalmente cuando un tema llega a incomodarle o a traspasar sus esquemas mentales de lo que resulta o no importante.
En medio de una batería de preguntas sobre a quién llamó o de quién recibió llamadas en el trágico día de la riada del 29 de octubre, Mompó explicó que para su sorpresa, no había hablado con su hermana, o que cuando llega a un destino suele llamar a su mujer "por cuestiones personales". Y aquí se le ensombreció la mirada y se le enrojecieron las escleras de los ojos, bañadas desde el conducto lagrimal. Incluso tuvo que hacer una pausa que la vicepresidenta primera, Natalia Enguix, trató de endulzar con una sonrisa.
No dio más explicaciones Mompó sobre sus cuestiones personales. No hacía falta. Quien vive en municipios pequeños sabe perfectamente que necesita de vehículo en su día a día para desplazarse a trabajar, comprar o un largo etcétera de actividades a las que en una ciudad puede accederse andando o con transporte público. Y en la carretera ocurren muchas fatalidades. Demasiadas y en bastantes ocasiones, dramáticas, con un dolor opresivo que nunca abandona a quien sobrevive o a familiares de las víctimas. Por ese motivo no es de extrañar que quien viaja bastante se prodigue en llamadas para tranquilizar a sus seres queridos cuando llega a destino.
Y los políticos, pese a los reproches sociales, los casos de corrupción que asolan a los principales partidos o las críticas continuas a sus posibles prerrogativas, son personas. Por mucho caparazón de asepsia con el que se puedan barnizar, tienen su corazón, sus alegrías y sus penas. Como cualquier otro ser humano y aunque sus propios compañeros de profesión tiendan a olvidarlo en demasía cuando ocupan la bancada rival.
Estas últimas (las penas), o las primeras (las alegrías), pueden desparramarse en cualquier momento, aunque parece –para quien escucha- que no vengan a cuento. Para quien habla sí que significan mucho. En su mente están presentes y marcan bastantes de sus acciones, de su día a día. Porque, como bien recalcó el igualmente alcalde de Gavarda, "cada uno es como es".
Fue en ese momento de la rueda de prensa cuando Mompó –un político baqueteado con deportividad en críticas recibidas a diestro y siniestro, desde la oposición, desde sus medio socios de gobierno (Vox llegó a decirle que no sabía en qué partido estaba al mostrar su respaldo al voto al valenciano en la consulta escolar) e incluso desde los propios conmilitones, se emocionó. Con naturalidad.