Susana Gisbert. EPDA
Hasta no hace mucho, justo antes de
que nos cerraran el mundo, hablar de “primera vez” solía tener un componente
sexual, aunque ignoro por qué razón. Si alguien se refería a “su primera vez”,
sin apellidos, era casi seguro que aludía a la primera vez que tuvo sexo.
Por supuesto, no era una regla invariable.
Se podía hablar de la primera vez que alguien se subió a un escenario, que
habló en público, que publicó un libro, que montó a caballo y hasta que terminó
su primer macetero de macramé, según los gustos de cada cual. Pero lo que sí es
invariable es que se trata de algo que marca de algún modo. Nadie, que yo sepa,
recuerda la primera vez que comió macarrones o que bebió agua del grifo.
Pero, como ha ocurrido con todo, las
cosas han cambiado, y nos enfrentamos a múltiples primeras veces. Tenemos la
oportunidad de vivir como un privilegio algo a lo que antes creíamos tener
derecho por el mero hecho de respirar.
No me avergüenza confesar que la primera
vez que pisé la calle después de dos meses sin hacerlo me cayeron las lágrimas.
Tenía la sensación de que el mundo se había detenido de pronto, y le tocaba
volver a girar, aunque no en el punto que lo dejó. Ahí estaban, para atestiguarlo,
algunos restos de las luces de las abortadas Fallas, propaganda en las tiendas
al respecto y hasta escaparates decorados con petardos de pega. Nunca hubiera
creído que pisar la calle me hubiera hecho llorar, pero tampoco había pensado
antes que las Fallas pudieran suspenderse,
Luego, han sido unas primeras veces
detrás de otras. La primera vez que vi a mi madre después del encierro, la
primera vez que vi el mar, el primer café en una terraza, el primer encuentro
con amigas o cualquier otra primera vez después del confinamiento.
Tengo la impresión que en un futuro no
demasiado lejano, contaremos las cosas tomando como referencia este
confinamiento. Ahora, a la espera de mi primer baño en el mar tras él,
comprendo cómo se sentían aquellas personas que contaban que habían visto el
mar por vez primera.
Tal vez nos hacía falta una pandemia
para aprender a apreciar las cosas. Sobre todo, esos abrazos que tenemos
pendientes y para los que todavía tendremos que esperar un poco.
Así que, mientras llegan, que llegarán,
aprovechemos para saborear cada una de esas primeras veces que nos llegan de
nuevo. Estrenemos esos regalos a los que no hicimos caso en su día. Una segunda
oportunidad para una primera vez. Vale la pena.
SUSANA
GISBERT
Fiscal
(Twitter
@gisb_sus)
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