Siempre
que llegan las vacaciones me asalta un recuerdo. Es empezar a planearlas y una
cancioncita acude a mi mente, una cancioncita que repetÃa machaconamente eso de
"Vacaciones Santillana" que, aunque no fuera la única editorial que sacaba a la
venta su cuaderno de vacaciones, sà era la única que lo hacÃa con un jingle tan
pegadizo.
El cuaderno de vacaciones era la manera
en que nos obligaban a seguir haciendo deberes, algo que era obligatorio para
quienes no sacaron el curso demasiado bien, y de lo que podÃamos prescindir
quienes acabamos sobradas. No obstante, también las buenas estudiantes podÃamos
tener nuestro cuaderno si querÃamos o nuestros padres nos obligaban. No era mi
caso, pero hubo un año en que me empeñé en tenerlo, a pesar de que mi madre me
decÃa que luego no querrÃa hacerlo. Como no cejé, ella lo compró, y luego fue
ella quien no cejó en que hiciera cada dÃa los ejercicios, me hicieran falta o
no. Aprendà la lección y jamás volvà a pedir un libro de esos.
Ahora siempre me acuerdo de aquello
cuando me empeño en planificar todas las cosas que pretendo hacer en
vacaciones. Exactamente, todas las que no he hecho durante el año, ni en varios
años, vaya usted a saber. Estudiar temas que quedaron pendientes, leer libros
que compré a sabiendas de que no podrÃa leer, y, por supuesto, visitar lugares,
hacer deporte, realizar actividades en familia y mil cosas más, entre ellas,
escribir un par de libros, que no se diga. Unos planes tan ambiciosos que harán
que, cuando se termine el estÃo, tenga la misma frustración que cuando no habÃa
terminado el dichoso cuaderno de vacaciones. Aunque mi madre ya no esté ahÃ
para recordármelo.
Y es que no aprendemos. Al igual que
ocurre con los dichosos propósitos para el nuevo año, la lista de tareas pendientes
para las vacaciones es un clásico, como lo es, después, el sÃndrome post
vacacional que, en parte, se debe a las expectativas no cumplidas.
Las vacaciones son para descansar, y
para descansar en el más amplio sentido de la palabra. No pasa nada por
tumbarse en un sofá, por hacer la siesta varias veces, por vegetar en la playa
o la piscina o, simplemente, por no hacer nada. No hay que sentirse culpable
por no salir de casa, y tampoco por salir demasiado. Ni porque haya acabado el
verano y los libros sigan sin leer, los temas sin estudiar y los propósitos sin
cumplir.
Aprendámoslo de una vez. No pasa nada por no haber acabado
el cuaderno de vacaciones. Nada de nada.