Por fin ha llegado un momento de celebrar unas Navidades normales. Con el permiso del mundo, empeñado en revolverse cada dÃa con una vuelta de tuerca más, en nuestras casas y en nuestros entornos habituales podemos volver a cenar y comer sin mascarillas ni distancias, aunque las gambas nos cuesten un potosà y haya que apretarse el cinturón antes de pegarse la comilona en vez de hacerlo después. Y, como es inevitable, vuelven los cuñados y similares.
Los cuñados han heredado la mala fama que era casi exclusiva de las suegras, como representantes de esa familia polÃtica a la que se ve poco y con la que se comparte menos aún. Pero un dÃa es un dÃa y ahora toca.
Por supuesto, hay cuñados y cuñadas fantásticos, como habÃa suegras inmejorables. Pero el término se ha quedado como sinónimo de ese pariente cuyas bravuconadas, alimentadas por el alcohol, hay que aguantar. Y a ese estereotipo es al que me referiré hoy, sin perjuicio de que los hay para colmarlos de besos. Pero les cayó el sambenito.
En cenas y comidas siempre hay alguien que no solo cree saberlo todo, sino que está dispuesto a enmendar la plana a cualquiera. Da igual que se trate de Medicina, Justicia, FÃsica nuclear o, por supuesto, polÃtica. Sientan cátedra y ay de quien no les dé la razón. Por eso traigo hoy estos consejitos navideños para comidas sin sobresaltos.
Lo primero que hay que hacer es discernir de qué tipo de cuñado se trata, de los que tienen remedio o de los que no. Porque hay quienes, aunque estén convencidos de que la Tierra es plana o de que Elvis Presley sigue vivo, están dispuestos a escuchar. Ahà puede valer la pena intentar un diálogo, especialmente antes de que los vapores espirituosos nos hayan abducido por completo. Si se tienen argumentos y valentÃa para sostenerlos, ánimo.
Si el cuñado en cuestión es de esas personas que no darán su brazo a torcer, mejor olvidarlo. Un buen truco es apelar al espÃritu navideño y cantar a voz en grito "Esta noche es nochebuena…", aún a riesgo de diluvio. Igual los pantanos lo agradecen. Si además se tiene a mano una pandereta, una zambomba -en el improbable caso de que se sepa tocar- o la botella de anÃs con una cucharilla, se pude hacer ruido hasta ahogar sus palabras en fanfarrias y villancicos. Y si falla, también puede servir levantarse, copa en mano, y proponer un brindis por lo que sea. Por los presentes, por lo ausentes o por los que vendrán, todo vale.
Pero, por Dios, evitemos discusiones inútiles. Hay cosas que no tienen remedio. Ni en Navidad