La pasada semana se celebraba el dÃa del teatro. Quienes, de manera profesional o aficionada se suben -nos subimos- a un escenario, quienes escriben -escribimos- y dirigen las obras, y quienes acuden -acudimos- como público tenÃamos mucho que celebrar, y no podÃamos perder la oportunidad. Porque pocas cosas dan tanta vida como lo que ocurre encima de las tablas.
Recuerdo que, cuando era pequeña, la primera vez que me llevaron a ver una obra de teatro me pareció pura magia. Me costaba pensar que aquello no era realidad sino ficción, y el teatro ganó una adicta para siempre, por más que vaya menos de lo que me gustarÃa.
Pero no fue ese mi primer contacto con el teatro. Como todo el mundo, de niña participé en las funciones del colegio, y disfruté de los aplausos del público, un público entregado dadas las caracterÃsticas de quienes actuábamos.
El tiempo me llevó a explorar otras vertientes de este arte mágico, y desde mi labor de juntaletras, un buen dÃa decidà dar el paso y tratar de dar vida a mis personajes a través del diálogo, que es en lo que consiste en esencia una obra de teatro. Es muy especial imaginar la representación de lo que una escribe en un teatro, y debe ser maravilloso vivir esa experiencia.
Además, el teatro no solo es una forma de entretenimiento. Durante mucho tiempo, cuando no todo el mundo tenia acceso a la cultura, presenciar una obra de teatro era casi la única manera de acercarse a ella. Y, por supuesto, sirve y ha servido de vehÃculo para defender ideas y para reivindicar derechos, incluso arrostrar sus consecuencias.
No podemos permitir que eso se pierda. En estos tiempos en que, de vez en cuando, leemos con tristeza noticias sobre suspensiones de obras por razones que nada tienen que ver con lo artÃstico, hay que defender al teatro más que nunca, porque no nos podemos permitir el lujo de que desaparezca.
Por eso invito a todo el mundo a que celebre el dÃa del teatro los 365 dÃas del año. Siempre hay representaciones esperando a su público. Incluso siempre hay, como dijo Pirandello, personajes en busca de autor. Y, si surge, ¿por qué no probar a cambiar la butaca de platea por un lugar entre bambalinas, sobre las tablas o delante del papel blanco que espera ser llenado con letras que le den vida? ¿Por qué no atreverse a vivir el teatro en primera persona?
Sea como sea, no dejemos de apoyarlo. O no arrepentiremos