Hay
veces que pienso que mi capacidad de asombro está agotada. Y mi
capacidad para indignarme también, Pero siempre acaba llegando
la realidad y me da un bofetón para que me despierte y recuerde que,
aunque soy de letras, el infinito existe.
Una
de estas veces ha sido no hace mucho, cuando he leÃdo algo que me ha
dejado en un estado de estupefacción del que aún me estoy
recuperando. Y no soy la única, por suerte, a la vista de la
repercusión de la noticia.
Se
trata de esa aberración que ha dado en llamarse "mamading", esto
es, una suerte de práctica de lugares de ocio consistente nada menos
que en hacer felaciones a cambio de copas. Una moda que nos viene de
Mallorca, donde parece que algunos visitantes ya no se conforman con
la degustación de la tÃpica ensaimada.
La
cosa es espeluznante, y no precisamente por una razón moral.
Cada cual es dueño de su cuerpo y de su sexualidad, y puede hacer
con ella lo que bien le parezca, siempre que lo haga libremente, que
no seré yo quien de lecciones a nadie. Pero lo que me revuelve el
estómago es pensar que esto se haga como un modo de diversión. Y
que se llegue a llevar a cabo un acto tan Ãntimo y privado de un
modo tan público, y a cambio de un precio tan nimio. Estoy segura de
que la necesidad de tomar una copa -o dos, o las que sean- de quienes
realizan tal cosa no será tan acuciante, sino que eso forma parte de
la diversión, de traspasar los lÃmites o de lograr una descarga de
adrenalina que no se consigue de otro modo. Y eso es lo que me
asusta.
Porque
cada dÃa parecen proliferar más las formas de entretenimiento
consistentes en traspasar lÃmites, sean fÃsicos o de otro
tipo. Cosas como el "balconing", en que quienes lo practicaban se
jugaban la vida –y algunos la perdÃan-, o como la ingesta de
determinadas drogas de consecuencias imprevisibles, como la
última –o la penúltima- que se ha puesto de moda, la llamada
"canÃbal", ponen de manifiesto la falta de todo de que adolecen
algunos jóvenes. Y no tan jóvenes, no culpemos de todo a la edad.
Pero hacen pensar en qué sociedad nos estamos convirtiendo, donde la
gente necesita jugarse el tipo para conseguir sentir algo. Y siempre,
además, relacionado con el alcohol u otras sustancias que
proporcionan alegrÃa artificial.
¿Dónde
quedó el tan denostado "botellón", que al lado de esto parece
más inocente que jugar al parchÃs"?. Por no hablar de bailar,
conversar o pasear, que parece que sea algo marciano, ni
mucho menos de leer, escribir o ir al cine, actividades reservadas
para frikis reclacitrantes, al paso que vamos.
Pero
ellos no tienen la culpa. O al menos, no toda. La culpa la tenemos
todos o, más bien, la tienen los responsables de una juventud sin
perspectivas, sin ilusiones, abocada al disfrute de lo inmediato.
Pero
frente a esto, hay jóvenes que luchan, que pelean por lo que
quieren, que salen a la calle para reclamar una sociedad de mejor. Y
a esos les debemos un esfuerzo. Para que nunca pierdan la esperanza.
Aunque cueste.