Doblemente solar

El término solar tiene diversas acepciones. En Valencia solemos (perdón por la aliteración) utilizar las dos primeras: la referida al sol y la propia de porción de terreno donde se ha edificado o se va a edificar. La de revestir el suelo de un lugar con ladrillos u otro material o la de añadir suelas al calzado quedan para el ámbito profesional.

En la ciudad disfrutamos de un elevado número de días en los que los rayos solares nos permiten saborear la vida en la calle. Precisamente a partir de esta época del año, con el aumento del calor y la sensación de efecto más directo de sol, empleamos la expresión recurrente de "hace tiempo de Fallas". 

Sin duda en esa calidez se basa la bonanza climática de Valencia -excepto cuando se desboca la tormenta, como en este inicio de mes- y su atractivo para propios y cada vez más extraños. En cualquier caso, este artículo no se ha concebido para disertar sobre el recurrente tema de la meteorología, por muy cerca de la semana fallera que nos encontremos.

Escasos días atrás la presidenta de la Asociación de Vecinos del barrio de San Vicente Ferrer-Camí Reial, en el linde de San Marcelino con la Torre, me contaba, lamentando, la falta de soluciones al enorme solar que se ubica en la calle Alcalá de Xivert. Repleto de socavones, su utilidad se centra en proporcionar aparcamiento.

No es baladí, ni mucho menos, en una ciudad en la que cada vez resulta más complicado estacionar. No obstante, no constituye su función. Se presupone que los solares son, como tal, espacios efímeros con ese aspecto y destinados, a largo plazo, a metamorfosearse en bloques de pisos, parques, colegios o centros de salud.

El problema consiste en que tardan, en muchos casos, demasiado en llegar a ese fin. Lo hacen tanto que por el camino se transforman en asentamientos itinerantes -el encarecimiento y falta de vivienda ayuda- o zoológicos con todo tipo de especies animales no demasiado compatibles con la salubridad.  Y, por desgracia, en Valencia también abunda este tipo de solar.