En estos dÃas extraños me acuerdo del tÃtulo de una pelÃcula que vi hace muchos años, y de la idea que transmitÃa. Se llamaba "El dÃa después" y nos situaba en la jornada postrera al estallido de una bomba nuclear. Tampoco es que fuera el argumento más original, pero en aquel momento de mi adolescencia me tuvo varias noches sin dormir. Entonces, y mucho tiempo después, parecÃa que lo peor que podrÃa pasar a este mundo, lo que podrÃa acabar con él, serÃa ese desastre nuclear del que no solo hablaba la pelÃcula sino que fl otaba en los informativos dÃa sà dÃa también.
El tiempo ha pasado y, aunque el peligro nuclear siempre sigue ahÃ, la verdad es que lo que ha vuelto nuestro mundo del revés, nada tiene que ver con bombas, nucleares o no. Es algo tan pequeño que no se puede ver a simple vista. Aunque esto no sea excusa para decir que no se podÃa haber visto venir y tomar medidas antes. Pero de nada sirve mirar atrás ni lamentarse, más allá de llorar a los muertos. Hay que mirar adelante. Es más, hay que mirar más allá del horizonte del fi n de la pandemia, y que no nos pille desprevenidos, como nos pilló esta. Asà que lo que propongo, parafraseando aquella pelÃcula, es preparar el dÃa antes. Porque hemos hablado mucho de lo que vamos a hacer cuando todo esto termine, pero no podemos dejar nuestra vida en pause como si fuera una grabación a la espera de ser reanudada.
Pensábamos que del confinamiento saldrÃamos mejores personas, pero el tiempo ha demostrado que no era asÃ. Seguimos siendo tan cenutrios como siempre. Pero, ya que ese bicho se empeña en quedarse un tiempito, tenemos ese tiempito para tratar de hacer aquello que no conseguimos tras mucho cantar que resistirÃamos y aplaudir en los balcones cada dÃa. Que no es otra cosa que ser mejores personas. Pero esta vez de verdad. Para ello no es necesario plantearse grandes retos, montar una gran organización que dé comida a miles de personas o fundar una casa para acoger a otras tantas.
Eso está muy bien, pero no está al alcance de casi nadie. Pero sà están a nuestro alcance cosas tan sencillas como no olvidar las normas de seguridad para no contagiar a nadie, aguantar con paciencia las incomodidades que esta situación comporta o tratar de ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Para acabar, no olvidemos sonreÃr. Porque, aunque no lo creamos, las sonrisas, si son sinceras, se adivinan bajo las mascarillas.