Hoy mismo estaba viendo en la tele la hazaña de un octogenario que ha culminado el ascenso a un ochomil, cincuenta años después de que lo hiciera por vez primera. La verdad es que es una persona admirable, con un estado físico envidiable y una lucidez todavía más envidiable. Ojalá poder llegar a su edad en esas condiciones. Pero, con todo, no era eso lo que más me impactó, sino su actitud. Una persona que hablaba del próximo objetivo a lograr con toda la ilusión del mundo.
Y pienso que tal vez la clave de todo esté ahí, en la ilusión. En esas pequeñas y grandes ilusiones que son el motor de muchas cosas y que, con la velocidad de la vida actual, parecemos haber olvidado.
Cuando hablo de ilusión, siempre recuerdo mis tiempos de opositora, donde casi el único objetivo de mi vida era superar aquel examen. Todo giraba en torno a ello, tanto los esfuerzos como los planes de futuro, aplazados hasta que el momento anhelado llegará. Cuando apruebe haré esto o aquello, era la frase que repetía en cada pequeño rato en que levantaba la vista de los apuntes. Y quizás por eso, en el momento en que ya había superado la prueba, me llegó una sensación extraña. Ya lo he logrado. ¿Y ahora qué?
Puede parecer un tanto absurdo, pero es así. Una vez alcanzado el objetivo, disponía del tiempo que no tenía y no solo había que llenarlo de actividades, sino de esa otra sensación que había sido mi motor, la ilusión.
Por supuesto que no tardé en fijarme otras metas: el trabajo, la familia, sin ir más lejos. Pero no se trata solo de eso. Hay que buscar ilusiones diarias, cosas que nos llenen y que nos den el chute de energía para seguir con la vida diaria, que nos suele obsequiar con más de un momento amargo y con uno de nuestros mayores enemigos, la rutina.
En mi caso es bailar, escribir, publicar libros, quedar con mis amigas y mil cosas más, pero puede ser cantar, coser, nadar, hacer macramé o pasear por campo o por la playa, según el gusto de cada cual. Lo importante es levantarse cada día con el propósito de hacer algo que nos salga un poco mejor que el día anterior.
Si, además, conseguimos que sea el trabajo el que nos ilusione, pues ya es la bomba, aunque no siempre sea posible. Pero si es el caso, nunca hay que perder la ilusión de mejorar.
No perdamos nunca la ilusión. Y si la perdemos, no paremos hasta encontrarla. Merece la pena.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)