Juan Vicente Yago. -EPDAQué bonito, lo de la vocación. Qué bien queda, como heroica exhortación, como pirueta bucólica de conmovedores efectos, en la tertulia televisiva. Nimba la cosa de idealismo, de romanticismo, de altruismo y de abnegación, con un toque -inevitable- de fantasÃa, según el caso. Porque todas las vocaciones no son lucrativas, y los jóvenes vienen pragmáticos. Tienen por delante una extensa vida laboral que puede ser, además, muy dura para los que no elijan la formación adecuada. Por eso noventa de cada cien estudiantes no hacen la carrera que les gusta y apechugan con otra que no les interesa, renunciando a su vocación, convirtiéndola en simple hobby o guardándola en el tenebroso desván de los proyectos olvidados. Ni que decir tiene que no saldrá de allÃ, lo cual es preferible, dicho sea de paso, a que salga como entretenimiento banal o intrascendente ocupación de las horas muertas. Con todo, sigue habiendo comentaristas que, sin pararse a meditar la cuestión, y declarando sin ambages que pudieron cursar sus estudios preferidos, recomiendan al joven indeciso que haga lo mismo, como si todo el mundo tuviera, como seguramente tuvieron ellos, las espaldas cubiertas. Queda muy bien, ya se ha dicho, la vocación como consejo. Muy elevado y emocionante. Pero poco hacedero. La vida es dura, y más que lo será con las muchedumbres viviendo como si fueran ricas a golpe de préstamo, de irracional insistencia y de puro denuedo; viajando porque viajar es el último grito entre la masa rebelada; y aumentando, innecesaria pero estratosféricamente, la demanda inmobiliaria de tabucos donde vivir el agrio desengaño de la pornografÃa. Los jóvenes no siguen su vocación porque les hacen los ojos chiribitas con la opulencia ful de las pelis y las series, y con la superficialidad venenosa de las redes parasociales. "Hay muy poca vocación en las facultades de medicina", dijo hace poco un prestigioso médico español que lidera varias investigaciones en Estados Unidos. Ni en las de medicina ni en muchas otras, querido galeno. La vocación requiere valor, grandeza, generosidad y espÃritu de sacrificio; y también, para según qué carreras, una holgada posición económica. He dicho al principio que hay vocaciones más lucrativas que otras, por lo que si uno se siente inclinado a la odontologÃa, la medicina, la enfermerÃa, la ingenierÃa o la fisioterapia, miel sobre hojuelas; pero si sus preferencias le llevan hacia el periodismo, la historia o las bellas y mal pagadas artes, tiene un grave dilema que resolver, que será elegir, para ganarse la vida, un oficio rentable y más o menos afÃn a sus gustos, algo que pueda compaginar con lo suyo, con lo que trae de nacimiento, y luego esforzarse para que, con el tiempo, este oficio paralelo y auxiliar no lo aburguese. Parece un mal negocio, pero aún lo es peor tener una vocación sin carrera especÃfica ni sucedáneo, de ésas en que «lo otro» supone una intolerable quita de tiempo y que tienen, por tanto, difÃcil compaginación o simultaneidad. Es aquello que contaba Cela de su niñez, cuando si le preguntaban qué querÃa ser de mayor se deshacÃa en llanto porque no querÃa «ser» nada de lo establecido, de lo académico, reglado y lectivo. Tuvo suerte Cela de haber crecido a principios del siglo pasado, pues no está claro que hubiese podido vivir en éste, como vivió en el suyo, a cuerpo limpio de su pluma. Es muy hermoso lo de la vocación improductiva, lo de la inutilidad útil; es admirable, poético, mirÃfico, y no seré yo quien deje de animarla. Pero es que no han vuelto, de momento, los mecenas del siglo XVI; y hay que comer; y vestir; e invertir los ahorros en ladrillo para que la banca se aproveche lo menos posible de nuestro dinero.