Freud escribió sobre los celos en 1922, cuando lo más amenazante que podía recibir una pareja era una carta perfumada. Hoy, en cambio, los celos no huelen a tinta: huelen a notificación.
El inconsciente, ese gran bromista, se ha digitalizado. Ya no susurra al oído; vibra en el bolsillo.
Los celos 4.0 se manifiestan en escenas que ningún analista de comienzos del siglo XX podría haber imaginado. Antes se espiaban los bolsillos; ahora, el temido último visto de WhatsApp. Antes se interpretaba un perfume en el abrigo; ahora, un "like" sospechoso en Instagram.
El deseo ya no pasa solo por el cuerpo del otro, sino también por su conexión a internet.
Freud distinguió tres tipos de celos: normales, proyectados y delirantes.
Los celos normales, decía Freud, son casi inevitables en el amor. Llevan consigo dolor, rivalidad y un poco de autocrítica: el sujeto sufre por el amor perdido, se enfrenta a quien lo sustituye y se reprocha no haber sido suficiente.
Respecto a los proyectados, por poner un ejemplo actual, aquellos que no soportan que su pareja esté "en línea" sin responder. Ese momento en que la barra de cobertura parece medir no la señal, sino el amor. Podríamos decir que la proyección freudiana ha encontrado su versión tecnológica.
Quien mantiene un chat paralelo acusa al otro de ocultar algo. El sujeto reprime su propia infidelidad, pero el algoritmo no perdona: el móvil siempre acaba confesando más de lo que a uno le gustaría.
Y el delirio, ¡ay, el delirio!
Freud decía que el celoso delirante se defiende negando el afecto que siente por su rival. Contaba el caso de un hombre que, tras cada encuentro con su esposa, entraba en crisis de celos: veía traición en una sonrisa, un gesto mínimo, cualquier mirada ajena. No era la mujer quien deseaba a otro. ¿Podría ser que él no soportara reconocer el afecto o el querer ser como su amigo? Para defenderse, lo convertía en sospecha. Un drama digno de Netflix, solo que en 1922.
Hoy esa defensa adopta la forma de una investigación forense del perfil del sospechoso: fotos ampliadas, comentarios analizados, cronología reconstruida. Ni Scotland Yard lo haría mejor. Lo que Freud interpretaba como desplazamiento de un deseo reprimido, las redes lo han convertido en scroll compulsivo. El sujeto no quiere mirar, pero el dedo se desliza solo.
El pedir curarse de los celos es muy habitual para iniciar un psicoanálisis y lo que se descubre es lo que los celos tapan. ¿Qué buscan? ¿Qué provoca tanta angustia? ¿Pensáis que hace falta tener pareja para padecerlos? Basta con ver a los demás más felices que a uno en la pantalla.
Son los celos 4.0: los de la vida de los otros, siempre mejor iluminada, mejor editada, mejor que la nuestra. Y ahí seguimos, deseando ser deseados, contando likes como antes se contaban ramos. Lo malo es que, en el fondo, seguimos igual de neuróticos incluso más solos, eso si ahora con batería portátil.
¿Y la gente que no tiene celos? Pues por mucho que se lo preguntemos a la IA no podrá decirlo. No puede saber porqué hay personas así.