Todos los años, cuando las campanadas ponen fin a un año y comienza otro, hay una costumbre inveterada, que sale en cada informativo del 1 de enero. Se celebra el nacimiento de las primeras criaturas del año. Sin embargo, nada se dice de las personas que nos dejaron, las primeras del año en irse de este mundo. Si asà se hubiera hecho, probablemente una de ellas fuera una persona a la que quise mucho, mi tÃa Purita. Y de ella querÃa hablar hoy. De ella, y de todas esas mujeres generosas y fuertes pertenecientes a una generación a la que se lo pusieron muy difÃcil.
Mi tÃa ya habÃa pasado los noventa, pero ya hace algún tiempo que no lo recordaba. HabÃa, incluso, olvidado la lengua en la que se desenvolvió durante la mayorÃa de su vida adulta, el castellano, y habÃa regresado a su lengua materna, a la lengua de su infancia, el valenciano. La crueldad de la enfermedad habÃa ido barriendo sus recuerdos.
Pero no hay enfermedad que acabe con los mÃos, con los recuerdos que de ella atesoraré siempre. Porque ha sido de esas personas que marcan.
Una de las cosas que más le llaman la atención a la gente cuando hablo de ella, es que mi tÃa Purita no era, en realidad, mi tÃa. No compartÃamos ADN ni parentesco polÃtico alguno, pero, siguiendo esa costumbre tan nuestra que convierte en familia los vÃnculos intensos, siempre fue mi tÃa, de la misma manera que su marido era mi tÃo y sus hijos mis primos. TodavÃa me acuerdo el disgusto que me llevé, siendo una niña, cuando alguien pretendÃa convencerme de que no era familia mÃa. Pero no lo logró entonces ni lo lograrÃa ahora. Porque la familia también se elige.
Con ella han vuelto a mi memoria escenas de muchas Nochebuenas cantando villancicos, con su madre, a la que siempre llamamos la Señora Pepa, que rascaba con una cucharilla la botella de anÃs del Mono. He vuelto a verme pasando tardes de verano en la playa y tardes de invierno de mesita camilla. Recuerdo que fue la primera persona que vino a casa cuando supimos que habÃa aprobado las oposiciones y trajo, primorosamente confeccionadas, unas puntillas de bolillos hechas con una sábana de la dote de su madre, otro clásico. Las tenÃa preparadas porque ella siempre confió en mis posibilidades más que yo misma. Y, por supuesto, las conservo para las grandes ocasiones.
Mi tÃa Purita fue siempre la prueba viviente de que para ser familia no hace falta compartir otra cosa que amor. El amor con el que guardaré siempre su recuerdo.