Yo no sé si hubiera sido capaz de afrontar una emergencia como la de la última DANA de manera
efectiva. Nunca diré "satisfactoria" porque, al final, ha arrasado con bienes
materiales de muchas personas: casas, medios de transporte para ir a trabajar y
sobrevivir, calles, comercios, infraestructuras públicas… Se ha llevado mucho.
Se ha llevado una vida, y se ha llevado vidas.
No hay un manual perfecto para afrontar una emergencia de este calibre,
una situación asà exige
determinación y presencia. Yo no sé qué hubiera hecho, ni si hubiera manejado
de manera óptima las herramientas disponibles. Lo que sà tengo claro es que hubiese estado. Hubiese estado donde
debÃa, no solo ese dÃa, sino también los anteriores y posteriores, porque una
emergencia se ha de preparar.
Asà lo hizo Ximo Puig con otras DANAs de menor calibre:
convocó un CECOPI, y estuvo presente antes, durante y después. Hay que
dar la cara.
Yo pienso que hubiese estado. Es fácil analizarlo con la perspectiva del
tiempo, y además esta catástrofe no tiene nada de sencillo; por eso se han
desplegado más efectivos, más personal y más
recursos que nunca en la historia de España, porque
ha sido también la catástrofe más grave que ha
asolado nuestro paÃs.
La polÃtica exige
autocrÃtica y cambio
de mentalidad
Quienes estamos
en polÃtica –tanto quienes empezamos como quienes llevan más tiempo– debemos asumir una autocrÃtica estricta, persistente, objetiva
y, sobre todo,
dura. Tenemos que cambiar el chip.
Hay personas
que, quizá por los años que llevan en este ámbito, se creen impunes. Creen que
tienen poder o que pueden hacer cosas que los demás no. Y nada de eso. Yo lo tengo claro: donde estoy –en la polÃtica local, la más cercana a la gente– es donde quiero seguir trabajando,
y no soy nada ni nadie más que cualquier ciudadana que trabaja por sus vecinos
y vecinas.
Pero esto va
más allá de la polÃtica municipal. Independientemente
de que estemos en la administración local, provincial, autonómica o estatal,
nunca debemos olvidar que trabajamos por y para las personas. Nuestra responsabilidad es grande y
seria. Y en este momento, en el que vemos movimientos preocupantes, tenemos un deber ineludible: no permitir
que la gente se desilusione con lo más social que tenemos, que es el voto.
El dÃa que
votamos, nuestro voto vale
exactamente lo mismo que el de cualquier persona, sin distinciones. Vale lo
mismo. Y tenemos que aprender, no solo a emocionar, sino a ilusionar.
Recuperar la ilusión
en la polÃtica
¿Qué ha sido de
aquellas rosas repartidas en la plaza de mi pueblo en campaña? ¿De esas
lágrimas en un mitin, cuando te emocionas escuchando a quien alza la voz con un
discurso que te toca el alma?
A mà me
encantarÃa ser capaz de ilusionar a mis vecinos y vecinas, pero no haciéndolo
como quién hace un trámite, sino haciéndolo con el corazón de quien cuenta las
cosas con cariño, creyendo en lo que hago, en que sirve, en que soluciona, y
haciendo que asà sea. Que no solo crean, sino que sepan que siempre va a haber alguien ahÃ; que siempre
tendrán la puerta abierta
y los brazos dispuestos a escuchar. Y ojo, escuchar
no significa prometer lo imposible. No siempre se puede conceder lo que se
pide, pero sà se puede orientar, explicar y acompañar.
Creo en una polÃtica de cercanÃa. Una polÃtica de barrio, de vecino. En un mundo que cada vez es más
inmediato, más rápido, más superficial, necesitamos polÃticos y polÃticas que
vuelvan a la base, a la calle, a cada agrupación: a mirar a los ojos. Porque la
polÃtica cambia vidas.
Y si no las cambia, al menos las facilita.
La facilita con servicios públicos, con recursos públicos. Y sÃ, también con impuestos. No es posible que en pleno 2025 haya
personas –jóvenes y mayores– que sigan diciendo que los impuestos no sirven
para nada. Por supuesto que sirven. Gracias a ellos hay médicos y médicas que
nos curan, fuerzas y cuerpos de seguridad que nos protegen, carreteras,
educación, servicios sociales… Sin ir más lejos, los valencianos y valencianas hemos visto en esta DANA que
los impuestos salvan vidas y reconstruyen puentes.
Un llamamiento a la responsabilidad
Este mensaje es
para mis compañeros y compañeras de partido, pero también para quienes, como
yo, llevamos poco tiempo en polÃtica. Quizá somos los que más vueltas le damos
a todo, los que sentimos más presión por no fallar. Queremos hacerlo bien.
Pero también
hago un llamamiento a quienes llevan más tiempo: necesitamos un cambio de mentalidad. Apostemos por la ilusión.
Apostemos por la cercanÃa.
La polÃtica no es solo vender o aparentar que se hace.
Es hacer. Hacer con corazón,
con sonrisas, en positivo y para la gente.
El mundo está
en un punto de inflexión. Vamos a tener una oportunidad. O estamos a la altura
–demostrando que los votos valen,
que la polÃtica está para resolver los problemas de la gente– o serán otros quienes, con bulos y
la polÃtica del clic rápido, lleven a la sociedad a la oscuridad. Y si eso pasa, si permitimos que la polÃtica
se convierta en un espectáculo de odio, de tú más; si
dejamos que las mentiras se apoderen del debate, si olvidamos por qué estamos
aquÃ, un dÃa nos despertaremos y nos daremos cuenta de que hemos fallado.
Ese dÃa, cuando miremos
a los ojos a nuestros
hijos e hijas, a nuestros
padres y madres,
a aquel compañero o compañera
de agrupación que se ha trabajado cada campaña y a las personas jóvenes que
acuden a las sedes ilusionadas, a nuestros vecinos y vecinas, ¿qué les diremos?
Porque habrá preguntas. Y habrá reproches. Y habrá una sola verdad imposible de
esquivar: pudimos haberlo cambiado, pero no lo hicimos porque era menos cómodo.
Por eso, por
encima de todo, por encima de siglas, intereses y carreras polÃticas, tenemos
una sola misión: no fallarles. Porque si la polÃtica no es capaz de ilusionar, si no es capaz de servir, si no es capaz de dar esperanza, entonces
ni merece la pena, ni la quiero.
Y yo no pienso
permitirlo.