La semana pasada celebrábamos – o no- el DÃa de San ValentÃn. Los escaparates de joyerÃas, pastelerÃas, floristerÃas, bazares varios y cualesquiera otros comercios que se precie, se llenaban de corazones rojos y angelotes rubios lanzando sus flechas. Cualquier excusa es buena para vender un poco más, tanto da que sea a base de ataúdes, calaveras y fantasmas en Halloween, que, con espumillón, muérdago y brilli brilli por Navidad. Es lo que hay.
Lo de San ValentÃn, como tantas otras cosas, es una mezcla de fiesta exportada y de invento comercial. Ni siquiera el hecho de que en la Comunidad Valenciana tengamos nuestro propio dÃa de los enamorados, Sant DionÃs, nos ha librado de la invasión valentiniana, especialmente desde que, en pleno franquismo, Toni Leblanc y Concha Velasco protagonizaran una almibarada pelÃcula de las del gusto de la época y Karina les cantara a las flechas del amor.
Pero la verdadera cuestión es la de si hemos de denostar la celebración o dejarnos arrastrar por el rÃo de corazones. Y la respuesta, como siempre, está en un dicho popular: en el medio está la virtud. Que cada cual haga lo que quiera, pero tampoco exageremos la nota.
Sé que hay una corriente que, enarbolando la bandera del feminismo, se posiciona en contra de todo lo que supone el 14 de febrero. Y la verdad es que, aunque comparto muchas de las razones que llevan a hacerlo, no comparto esta postura. No hay que idealizar el amor romántico, primo hermano del machismo, ni muchos de esos clichés que siguen perpetuando la desigualdad de sexos. Per se puede celebrar una fecha dedicada a las personas que se quieren, festejando el amor del bueno, el que no impone condiciones ni supone posesión, el amor que es generosidad y entrega, por cursi que parezca. Y resignificar a San ValentÃn, ahora que está tan de moda esa palabra. ¿Por qué no?
Eso sÃ, si no se celebra, no pasa nada. Aunque no es necesario tener pareja para conmemorar una fiesta del amor que es, al fin y al cabo, lo que mueve el mundo. O lo que deberÃa moverlo, que mejor nos irÃa que con ese torrente de odio que vemos a diario por todas partes.
Confieso que este San ValentÃn me sorprendieron con una de esas tartas cursis con forma de corazón, con su mensaje de amor escrito en chocolate. Y me gustó. Me hizo ilusión que se acordaran de mÃ, fuera con un corazón o con cualquier otra cosa. Y me niego a que me critiquen por eso, o me convierta en menos feminista. FaltarÃa más.