Esta misma semana una amiga me hacÃa llegar una noticia que habÃa pasado desapercibida entre récords olÃmpicos y fugas no menos olÃmpicas, pero que me encanta. Una de esas noticias que nunca abrirán titulares, pero deberÃan hacerlo. Porque no todo puede ser estratosférico, intenso o tremebundo.
Se trataba de una cafeterÃa que habÃa colocado un sensor que detecta la sonrisa, sin la cual no se abre la puerta. Una suerte de sonrisómetro que convierte la sonrisa en el santo y seña para acceder a ese lugar, de modo que sin sonrisa no hay modo de franquear la entrada. ¿A qué es una idea preciosa? Al menos, a mà me lo parece.
Se trata solo de una cafeterÃa, desde luego, pero no estarÃa mal que cundiera el ejemplo. PodrÃa instalarse un dispositivo semejante en los Parlamentos, a ver si se rebajaba el nivel de tensión que ha convertido el insulto en una constante y ha puesto en busca y captura a la cortesÃa.
También podrÃan instalar un artilugio de este tipo en la puerta de entrada de algunas cadenas de televisión o, al menos, del lugar donde se realizan esas tertulias donde se escupen litros de bilis, aunque es posible que la sala se quedara vacÃa.
Y, ya puesta a pedir, lo instalarÃa en las fronteras. Que nadie pudiera entrar a un paÃs sin hacer un esfuerzo para relajar el rictus, para ser agradable y no entrar más crispación, ni siquiera de contrabando.
Dice la ciencia que para sonreÃr se necesitan 17 músculos -hay estudios que dicen que 12- mientras que para mostrar el enfado hay que mover 43. Asà que hay ora razón poderosa para practicar este ejercicio tan sano. Requiere mucho menos esfuerzo, y se paga, por tanto, con muchas menos arrugas en el dÃa de mañana. Un dos por uno en toda regla por el que merece la pena entrenar a fondo, aunque a veces las circunstancias lo pongan difÃcil.
Asà que acabaré con una sugerencia para los próximos Juegos OlÃmpicos, ahora que se han acabado estos y tenemos cuatro años por delante. Convirtamos la sonrisa en disciplina olÃmpica, y pongamos en marcha los entrenamientos hoy mismo. Y, si no nos clasificamos, que nos quiten lo bailado. O, mejor dicho, lo sonreÃdo, que no es poca cosa.
Yo, por mi parte, voy a planteárselo al Comité OlÃmpico más pronto que tarde. Y seguro que, aunque no me hagan caso, la propuesta provoca una sonrisa en sus caras. Que buena falta nos hace.