No todas las historias tienen altavoces. Hay relatos que se escriben a puerta cerrada, en la pausa de una tarde cualquiera, en un "gracias" susurrado meses después. Son escenas discretas, a veces diminutas, que, paradójicamente, sostienen con fuerza todo aquello que damos por hecho.
Septiembre llega con la sensación de que la vida vuelve a su cauce habitual: horarios, obligaciones, y algún que otro "corre, que nos cierran las puertas". Pero mientras el mundo retoma su ritmo, hay algo que nunca se ha detenido. Siguen habiendo manos que se tienden cuando nadie mira, gestos silenciosos que se ofrecen sin esperar recompensa, detalles tan aparentemente pequeños que solo se perciben si uno se detiene a sentir su efecto.
Lo invisible suele pasar desapercibido, hasta que un dÃa descubrimos cuánto nos sostiene. A menudo olvidamos esas redes tejidas con tiempo, paciencia y voluntad; solo las recordamos cuando, de repente, nos sostienen de verdad. Están ahÃ. La forman quienes acompañan en una soledad inesperada, quienes abren la puerta a una solución cuando todo parece perdido, quienes tienden el mantel en una mesa improvisada para que nunca falte pan ni dignidad. No buscan portadas. Pero están ahà cuando son necesarias.
La escritora Rebecca Solnit lo dijo con una lucidez especial: "En los momentos más difÃciles aflora una solidaridad inesperada". Pero no hace falta una catástrofe para descubrirlo: esa red ya existe, siempre, callada, persistente, invisible pero imprescindible.
Recuerdo a Vicent, en Catarroja. Su casa era un naufragio de lodo después de la DANA. Tres dÃas después, el destino quiso que quienes llegaron a ayudarle fueran, también, quienes le cantaron cumpleaños feliz entre escombros y agua. Vicent sigue buscándolos, porque les debe algo más grande que una deuda. Aquel dÃa aprendió, y nos enseñó a todos, que a veces lo invisible no necesita ser visto, solo sentido.
Nombrar estas historias no es una cuestión de egos, ni de homenajes innecesarios. Es la manera de recordarnos que la verdadera grandeza habita en lo que ignoramos y que lo pequeño, lo callado, lo invisible… es, muchas veces, lo único imprescindible.
Quizás este septiembre lo que nos toca no es solo cumplir propósitos o regresar a viejas rutinas, sino aprender a mirar de nuevo: descubrir lo esencial en lo que parecÃa insignificante. Reconocer, por fin, que lo invisible también cuenta. Porque lo invisible -aunque no sepamos nombrarlo- sostiene.