El establecimiento y posterior celebración de los DÃas Internacionales es, en realidad, otro capricho más de este mundo cada dÃa más globalizado e interconectado. Y digo capricho porque la conmemoración no supone nada más allá que eso: puro teatro. Que hoy sea 17 de mayo no quiere decir que se vayan a producir menos delitos con agravante de homofobia, bifobia o transfobia. Porque el odio sigue existiendo y poner tuits, publicaciones en Facebook o reenviar un mensaje indiscriminadamente por WhatsApp no va a hacernos menos vulnerables. Ni que nos maten menos.
Seguimos siendo personas asesinadas, difamadas, asaltadas e, incluso, acosadas porque tenemos gustos diferentes a los que normativamente se han enseñado a lo largo de la historia pero que, aun asÃ, existÃan igualmente. Porque los sentimientos van más allá de la razón y se prevén incontrolables. Legislar sobre los sentimientos es harto difÃcil, pero encontrar el castigo al odio debe ser obligación como mÃnimo, moral, de todos.
La legislación en aras de la libertad es la única que puede y debe dotarnos de aquello que todos ansiamos: la erradicación del odio. Una legislación cuya piedra angular sea la educación para cambiar el rumbo de una sociedad que parece estar abocada a la división. Una legislación que invierta todos los esfuerzos en mejorar las necesidades de quienes son hoy el presente y protagonizarán mañana el futuro.
Los problemas sociales siempre estarán reflejados en los parlamentos, razón por la cual son la viva imagen de la sociedad en que vivimos. Alguna fuerza polÃtica tomará en consideración nuestros problemas para atajarlos y luchar contra ellos, pero el verdadero problema lo tenemos la ciudadanÃa. Empecemos por respetarnos.
Un dÃa como hoy, donde todos y todas, sin exclusión, celebramos un dÃa de libertad: la bandera de la derecha más moderna y vanguardista. La libertad de cada persona debe estar por encima de todo, siempre y cuando no afecte a la del resto, y ahà la derecha hija de la democracia ha sabido jugar muy bien su papel.
Somos afortunados de tener una de las sociedades más abiertas del mundo. España vive en una especie de oasis de tolerancia de la que no todos nuestros vecinos disfrutan. Al sur lindamos con sociedades ancladas en el pasado por capricho de sus autócratas gobernantes. Y, al norte, Europa era el reducto de libertad más grande que existÃa, hoy parcialmente eclipsado por la adopción de polÃticas aperturistas a vicios autoritarios e intolerantes de otras latitudes. Pero la sociedad debe seguir avanzando y todo pasa, como decÃa, por la educación. Porque aún hay mucho trabajo por hacer y mucho camino por recorrer hasta erradicar el odio. Un objetivo que exige desprendernos de la colectivización izquierdista que nos convierte en conglomerados sin alma, sin ansias de prosperar y sin espÃritu crÃtico.
Por la libertad de todo ser humano. Por nosotros.