Susana Gisbert. Cuando yo tenía cinco años, y tras meses de acoso y
derribo, mi madre me apunto a clases de ballet. Fue uno de los mejores regalos
que he recibido, y de los que más cosas buenas me han reportado. Los casi
veinte años que practiqué el ballet me dejaron como herencia, además de
amistades que todavía conservo, cosas tan maravillosas como cultura general,
musicalidad, disciplina o una educación postural que ha hecho que mi espalda no
se resienta de tantas horas de silla que supusieron mis estudios y mi trabajo.
Por si
fuera poco, la danza, cuyo amor trasmití a mis hijas, me facilitó mucho las
relaciones con ellas en esa pesadilla que es la adolescencia. Hoy, muchas
décadas después, he retomado las clases de la mano de mi propia hija, hoy
profesora de ballet. El primer día que volví a calzar mis zapatillas, lloré de
felicidad. Y después de muchas horas de clase, sigo teniendo la misma
sensación.
¿Por qué
cuento esto y por qué lo hago hoy? Pues porque, además de que siempre es
momento de recordar las maravillas de este arte, la ocasión la pintan calva. Y
ha sido de la mano de una periodista norteamericana a la que, a la vista de su
falta de sensibilidad, educación y cultura, bien le hubieran venido unas clases
como las que a mí me regalaron mis padres.
La periodista en cuestión se reía de un niño, el
príncipe Jorge, por el simple hecho de que asistiera y disfrutara de clases de
ballet. Un niño, precisamente, de la misma edad que yo tenía cuando me puse mi
primer tutú. Un niño al que, según la periodista en cuestión, debería
privársele del regalo de la danza por el solo hecho de pertenecer al género
masculino. Así, sin anestesia, en pleno siglo XXI.
La reacción no se hizo esperar. Varios cientos de
bailarines salieron a las calles a apoyar al pequeño Jorge, y otros y otras
muchas lo hacíamos desde redes y medios, como hago yo ahora mismo. Faltaría más.
La periodista no tuvo más remedio que disculparse públicamente pero no sé si lo
hicieron los corifeos que acompañaron con sus risas las burlas.
Jorge seguirá bailando, no lo dudo. Este niño, cuya
visibilidad pública hizo que lo usaran de diana de la intolerancia, ha
conseguido el efecto contrario, un apoyo masivo. Pero no olvidemos todos los
que no lo consiguieron, todos los niños que, a día de hoy, siguen siendo objeto
de mofas y burlas porque les gusta el ballet y no el fútbol. Sé de talentos perdidos
porque no pudieron aguantar la presión. Y, quienes la aguantaron, fue a costa
de emigrar y de mucho sufrimiento, como contó no hace mucho Nacho Duato en un talent show televisivo del que era jurado.Me encantó este hastag, #MeTutu. Un símbolo de que
nadie puede ser privado de nada por ser mujer u hombre. Un símbolo de cómo ser
cada vez más iguales.
SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal
Twitter @gisb_sus
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