Susana Gisbert. Muchas
veces me he lamentado desde esta misma página de mi mala costumbre de leer el
periódico, que últimamente no me da más que disgustos. Pero esta vez no me ha
hecho falta titular alguno, que el propio soponcio ha venido a buscarme en vivo
y en directo, de boca de una buena amiga que, quizás por eso, disfruta sacando
lo peor de mí.
Pero la cosa no es para menos. Y si
siguen leyendo seguro que me dan la razón.
El tema salía por el boca oreja –o
mejor por el tuit a tuit- hace unos días, aunque la cosa ya prometía de antes.
Y sus protagonistas, justamente indignadas, lo han hecho rular. Se trata de la
normativa que obliga a las jugadoras de balonmano playa a practicar tal deporte
con una indumentaria –por llamarla de algún modo- que por fuerza ha de
consistir en top y braga bikini. Como si fueran a exhibirse y no a divertirse,
como si fueran trozos de carne y no deportistas. O, como dice mi gran amiga
Loreto Ochando, jugadora de este deporte, como si fueran ganado y no personas.
Y, por supuesto, como si hubiéramos retrocedido varias décadas en el túnel del
tiempo. Aunque, visto lo visto, algunos no han necesitado retroceder, porque ya
estaban instalados en el siglo pasado.
Pero la cosa no queda ahí, no crean.
Que no se trata de papel mojado sino de una normativa que se aplica a
rajatabla, hasta el punto de haber ocasionado duras sanciones a quienes no
respetan tan fastuosa norma. Ya quisiéramos que muchas de las leyes que se
ignoran olímpicamente a diario fueran observadas con semejante celo.
Y es que la cosa es indignante por
muchas razones, se mire por donde se mire. En primer término, por ser un ataque
directo a la libertad de cada cual, que no es poca cosa. Y, lo que es aún peor,
por la insoportable desigualdad que conlleva. Como cualquier lector sagaz habrá
adivinado, no hay norma paralela que obligue a los deportistas varones a
ataviarse, por ejemplo, de slip marcador y torso al aire. Ni falta que hace,
por supuesto.
Porque si el deporte femenino no
tuviera suficiente con bregar día a día con la invisibilidad y la intolerable
diferencia de trato, sólo les faltaba esto. Que las obligaran a llevar una
equipación que, además de incómoda, es humillante. Porque bien está que cada
una se ponga lo que quiera –mi amiga admite llevar top desde siempre porque
ella quiere, pero se niega a jugar en bragas- pero es una vergüenza que se
tenga que poner lo que otros quieren.
Parece mentira que en un país en que
presumimos de modernos y nos indignamos con las imposiciones a las mujeres que
hacen en otras culturas, salgamos con lo mismo. Es hipócrita rasgarse las
vestiduras porque alguien obligue a una mujer a llevar velo islámico, por
ejemplo, e imponga a las suyas una vestimenta sexista. Es tan criticable
obligar a una mujer a taparse, como obligarla a destaparse. En uno y otro caso,
es tratarnos como cosas, que tienen que ir arregladas según el impacto que
puedan producir en mentes calenturientas. Vomitivo.
Así que si quienes han redactado
semejante reglamentación pertenecen al mundo del deporte, ya pueden ir borrando
el lema de “mens sana in corpore sano”. Porque
ignoro cómo será su cuerpo, pero su mente, desde luego, de sana no tiene nada.
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