Ana Silvestre./EPDA Los hosteleros viven sus horas
más bajas. Las agujas de sus relojes ya hace meses que no funcionan correctamente,
con un toque de queda que acumula ya tres cambios de horario cada vez más
restrictivos. Y, desgraciadamente, para muchos se han detenido definitivamente.
Bares, cafeterías, restaurantes y
locales de ocio se ven abocados a la ruina. Sus cajas registradoras, algunas ya
oxidadas, contabilizan números rojos. Sus fogones se apagan lentamente, los
cafés se enfrían ante la falta de clientela y servir copas se ha convertido,
prácticamente, en un delito. Todo ello, mientras las ayudas se cocinan a fuego
lento y por unos chefs a quienes el delantal les queda grande.
Los datos hablan por sí solos. La
facturación media de los establecimientos de ocio y hostelería ha caído un 80,3%, el gasto medio mensual al que tienen
que hacer frente es de 9.674 euros y las pérdidas acumuladas son de casi 100.
000 euros para cada local desde el inicio de la pandemia, según el informe
hecho público, esta misma semana, por la Coordinadora de Ocio y Hostelería de
la Comunidad Valenciana.
Pero no olvidemos que detrás de
esas demoledoras cifras hay nombres y apellidos. Somos miles de pymes, de
personas, las que llevamos meses levantando las persianas con miedo e
incertidumbre. Se nos ha puesto, desde el principio, en el centro del mapa de
la pandemia. Estamos siendo señaladas, constantemente, como las culpables de
los rebrotes, restricción tras restricción y sufriendo un injusto agravio
comparativo frente a otro tipo de establecimientos o espacios, cerrados,
abiertos, públicos y/o privados, en los que se concentran un gran número de
personas. Sin embargo, parece que ahí no pasa nada.
Claro que pasa. Estamos en uno de
los momentos más delicados de la pandemia, con demoledores datos de contagios, presión
en los hospitales Somos conscientes de ello. No vivimos ajenos a la realidad. Hay
que frenar esto, pero entre todas y todos, porque la hostelería no es el
problema por mucho que se empeñen. Hay que salir cuanto antes de esta situación
y recuperar la normalidad social y económica.
Evidentemente, esto no sucederá
de hoy para mañana; en cambio, el coste de la factura del duro sacrificio que
se le exige al sector hostelero sí es cada vez es más elevado. Ante esta
situación, de nada sirven las políticas de buenas intenciones. Necesitamos un
plan con ayudas directas de aplicación urgente, con criterios ponderados y que
se ajusten a la realidad de un sector que sustenta gran parte de la economía de
la Comunidad Valenciana. Un plan de rescate, de justicia, que permita mantener
y recuperar a nuestros trabajadores y trabajadoras, que compense las pérdidas
de ingresos que estamos sufriendo y que cada segundo, minuto, hora y día que
pasa son mayores.
Señorías, no dejen que se apaguen
nuestros fogones y pongan sobre su mesa, porque a las nuestras le faltan unas
cuantas patas, ayudas que no sean papel mojado y una mera cortina de humo.
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