Susana Gisbert. EPDA
Aunque lo del paso del tiempo este año viene raro, los
días y las semanas siguen sucediéndose uno tras otro y, casi sin darnos cuenta,
estamos en pleno verano de un año sin primavera.
La primavera
nos la robó enterita un maldito bicho que no se esconde y amenaza con seguir
amargándonos la vida. Eso sí, si le dejamos, porque en nuestras manos está
ponérselo difícil o permitir que se cuele en nuestras vidas como si nada hubiera
pasado.
No hace tanto, cuando la pesadilla apenas estaba comenzando,
nos consolábamos con los abrazos y los besos que nos daríamos cuando todo esto
terminase. Yo misma, ingenua de mí, había soñado más de una vez con una de esas
escenas de película ñoña donde los protagonistas se besan como si no hubiera un
mañana.
Y es precisamente aquí, en lo que parece solo una
frase hecha, donde radica el quid de la cuestión. Sí que hay un mañana. Un
mañana en el que ya nos faltarán muchas personas, pero en el que debemos
intentar que no nos falten más. Y ahí es donde entra el tema de los besos.
Nos debemos muchos, no lo dudo. Hasta yo, que nunca
fui besucona, estoy que me beso encima. Quiero besar a mi madre, a mi hermana,
a mis amigas y, si me descuido, a todo bicho viviente. Quiero que llegue el
momento en que pueda elegir si saludo con un beso o no e incluso quejarme de
ello. Ahora recuerdo con nostalgia nueva las tiras de Mafalda donde protestaba
por los besos y achuchones de la tía Paca.
Pero, como estamos como estamos, eso no es posible. Ni
ahora ni, al contrario de lo que pensábamos, en un peridoto corto de tiempo.
Así que no nos queda otra que reinventarnos y sustituir esos besos que no
daremos por otros que podamos repartir sin temor a contagiarnos y a contagiar a
las personas que queremos. Es el momento de recurrir a esa herramienta que a
veces olvidamos, las palabras. Porque una palabra hermosa o una frase adecuada
puede acariciar tanto o más que un beso.
¿Por qué no aprendemos a besar con las palabras, con
las sonrisas aun con mascarillas, con los ojos? Tal vez descubramos que es
mejor guardar ese beso en diferido y empezar a darlo de otro modo.
Las circunstancias nos dan la oportunidad de
reinventarnos. Dejemos de lamentarnos por lo que no podemos hacer porque quizás
nos estemos perdiendo algo importante. Tiempo habrá para los besos. Seguro
Comparte la noticia
Categorías de la noticia