 Avda. Valencia de Casinos, adornada. / EPDA
                    Avda. Valencia de Casinos, adornada. / EPDA“Hill Street Blues” fue una serie emitida en la cadena de televisión 
NBC durante los años 1981 a 1987; en España la conocimos como “Canción 
triste de Hill Street”. Según la prensa fue un éxito tanto en la 
crítica, como para marcar nuevas líneas y tendencias en las famosas 
series producidas en Estados Unidos y que se propagan por todas las 
televisiones y medios de comunicación.
De esa serien nacieron ideas, se crearon historias y confabulaciones
 para las series dramáticas. Cada episodio contaba con un número de 
tramas, que se alargaban en capítulos que el público esperaba 
impaciente. Muchos de los conflictos ocurrían entre el trabajo y la vida
 privada de cada persona. En el trabajo había preguntas como ¿Qué es lo 
correcto? y ¿Qué he hecho?, en la vida privada ya sabemos lo que ocurre 
en esas historias… siempre queda justificado lo que no tiene 
justificación. Por eso son series que marcan su influencia y que en 
ocasiones deseamos trasladar a nuestra vida real.
La vida real de Casinos, no tiene nada que ver con esa serie, aunque 
el título de este episodio, bien pudiera llamarse “Canción triste de las
 fiestas de Casinos”. Nuestras fiestas hubieran empezado ayer, el 
programa seguramente hubiera sido ambicioso, divertido, muy repleto de 
actos y una perfecta organización.
Anoche se palpaba en el ambiente el silencio, la tristeza, la 
melancolía, la soledad, incluso ese sentimiento de dolor, ya que todo 
el mundo espera, todo el mundo necesita, todo el mundo desea ese 
encuentro con las fiestas, esa armonía entre las personas, ese hallazgo,
 esa convivencia que sirve para unir y no dividir, que consigue que el 
pueblo y sus gentes se encuentren y que hace posible regenerar la 
convivencia.
Son días para desterrar los rencores, los odios, las envidias, porque
 al fin y al cabo esos sentimientos de maldad que a veces nos acechan y 
nos corroen a lo largo de los días, son, por compararlos con algo, como 
una serpiente que llevamos dentro de nosotros, y cuando nos pica, y 
suelta el veneno los primeros que lo recibimos somos quienes hacemos 
posible que esos sentimientos aniden en nuestras entrañas. Por eso las 
fiestas son un motivo de paz, de unión y de generar fortaleza entre los 
vecinos de un pueblo.
Pero llegó el 2020… llegó con la fuerza que todos hemos vivido, poco a
 poco se han ido apagando cual velas de cera, las ilusiones, los 
momentos, los actos, el día a día, y ahora, ha sido el botón que tenía 
que arrancar en el mediero de agosto nuestras fiestas, el que se ha 
apagado, esperando que el interruptor se ponga en marcha en agosto del 
2021. Un paréntesis tan real como preocupante, tan lógico como necesario
 para frenar los amargos males de una pandemia, que nadie esperaba y que
 todos directa e indirectamente hemos sufrido.
Anoche silencio, la noche de los Quintos, callada; la leña de las 
paellas no ardió, la orquesta no se oyó… los bailes y las copas, 
quedaron reducidas a la nada; la noche, sin el parón obligatorio a la 
puerta del horno a la hora de saborear las “cocas en oli” para reponer 
fuerzas, dio paso al día de la cabalgata, con unas calles desiertas, 
abrasadas por el sol, y con el único disfraz de llevar cada uno su 
mascarilla, poniendo algo de imaginación, decoradas con variopintos 
colores, para alegrar nuestras caras.
Son las 21,17 cuando el reloj del ordenador marca la hora… oigo en mi
 subconsciente las charangas, los gritos, los pitos, la música 
acompasada que acompañan los disfraces de los jóvenes; veo a lo largo 
de la calle el ruido y los gritos que deja el último tractor de los 
quintos, que ya lo han dado todo, las camisetas con los nombres escritos
 en la espalda, y las verdes cañas de la pista del arzobispo que adornan
 esa carroza repleta de refrescos para animar la tarde.
Ya pasaron los disfraces, unos muy ingeniosos, otros más divertidos; 
una colla, con pistolas de agua refrescando la tarde, otras bailando al 
ritmo de samba o de cha-cha-cha; TODOS pasaron por mi mente, y creo que 
por la de todos, era esa lista interminable de casi mil personas que 
llenan las principales calles de Casinos, repartiendo humor, alegría, 
belleza y fiesta.
Aquello fue el año pasado, el otro y el otro… este año, silencio. Nos
 preguntábamos en la serie de televisión, “¿Qué es lo correcto? y ¿Qué 
he hecho?”, lo correcto es quedarse en casa, que es lo que hemos hecho 
para prevenir males mayores. Pero en la mente de todos permanece el 
recuerdo, la esperanza y la ilusión en el renacimiento.
Es tarea de todos, es saber volver a empezar y debemos aplacar esas 
sensaciones encontradas, en busca de un sucedáneo que garantice la 
normalidad. Nunca estamos preparados para vivir ciertos momentos como 
los que nos depara el 2020, sin fiestas. El confinamiento causa daños 
colaterales, pero la sensatez y el buen hacer deben dejar paso, para 
poder devorar esa serpiente que a veces devora nuestra mente.
Silencio, calles vacías, luces apagadas, ilusiones conmutadas, pero 
el ingenio, la categoría, el brindis al sol, este año lo ha lanzado la 
Avenida de Valencia, desafiando al mundo, desafiando el mal… su hermosa 
decoración, junto a los escaparates repletos de nuestros dulces, llama 
la atención, como siempre nos invita a entrar en nuestro pueblo, y nos
 dices BIENVENIDOS A CASINOS EN FIESTAS.
									
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