Paula García
Fernando, que estudió Medicina El Alzheimer es un enfermedad poco conocida por sus causas, pero
bien conocida por sus efectos. Una demencia senil puede o no conducir a padecer
esta enfermedad crónica sin cura conocida hasta ahora. Poco se puede hacer
actualmente para evitar el desarrollo de esta condición por los escasos
estudios científicos que parecen poco concluyentes y multifactoriales.
Y1o no
soy especialista pero he vivido esta enfermedad desde cerca. Mi abuelo Fernando
era un médico rural en La Vieja Castilla. Nació en Zamora junto a sus otros dos
hermanos.
De familia humilde, pronto se quedó huérfano de madre. Los tres
hermanos vivían del sueldo de funcionario militar de mi bisabuelo Macario, que
nunca se volvió a casar. Vivieron la Guerra Civil con toda su crudeza y las
penurias que ésta trajo a tantas y tantas familias españolas. Mi abuelo
Fernando apenas tenía 12 anos cuando estalló la Guerra que separó España y
cuyas consecuencias aún arrastramos política y socialmente.
Zamora se le quedó chica a mi abuelo Fernando y pronto se trasladó a
Valladolid a estudiar lo que iba a estudiar su hermano mayor Alberto: Medicina.
Alberto nunca cumplió su sueño porque murió de tuberculosis en la postguerra
poco antes de ingresar en la facultad. En Valladolid conocería a quien fue su
mujer, mi abuela Mary. Mary también se había quedado huérfana, pero ella de
padre y para sobrevivir regentaba junto a su madre una hospedería para
estudiantes: allí se conocieron mis abuelos.
Un joven estudiante de medicina y una joven que, junto a su madre,
adecentaba las habitaciones de los estudiantes que se quedaban en esa pequeña
residencia estudiantil. Mis abuelos empezaron a salir juntos, así que, por
motivos evidentes de la época Fernando, se cambió de residencia, ya que no era
propio vivir bajo el mismo techo que su
novia, mi abuela Mary.
Fueron novios durante una década. Tenían ganas de
casarse, pero mi abuelo, que era de talante afable pero rígido en sus
convicciones, tuvo claro que hasta no terminara la carrera universitaria y
obtuviera un trabajo que les diera de comer no se podrían casar. Ante todo era
asegurar una carrera y un sustento para vivir antes de formar una familia.
Mi abuelo empezó a trabajar desde el segundo año de la Universidad
de Valladolid en uno de los laboratorios de dicha institución, lo que le
aportaba algún beneficio económico que él guardaba con empeño.
Finalmente terminó la carrera universitaria con éxito y mis abuelos
se casaron. Vivieron en Valladolid muchos años. Mi madre nació allí en la
clínica del Dr. Jolín (actualmente es una residencia de ancianos). Mi abuelo,
como facultativo, estuvo en el parto -cosa poco frecuente en aquella época-.
Mis abuelos vivieron un tiempo más en Valladolid hasta que a mi abuelo Fernando
lo trasladaron a Canillas de Esgueva como médico rural especializado en
Pediatría. Pero en ese tiempo los médicos rurales hacían de todo. Y así me lo
relataba él cuando yo era pequeña. En una ocasión le llamaron desde un establo
(bueno, fueron a buscarle de madrugada a su casa ya que los teléfonos eran una
vanguardia no accesible en los pueblos).
Mi abuelo se quedó sorprendido: ¿Para
qué le necesitaban en un establo si él era médico no veterinario? Al
veterinario del área no pudieron localizarle así que llamaron a mi abuelo para
que atendiera el parto de un becerro.
Y así fue. Mi abuelo me lo contaba con
todo detalle como una anécdota más de tantas que me contaría a lo largo de su
vida como médico y persona curiosa interesada por casi todo más allá de la
medicina.
Años más tarde se trasladaría toda la familia a Villasante de
Montija, en Las Merindades, tierra castellana de fríos inviernos y calurosos
veranos. Allí estuvieron años hasta que mi abuela empezó a padecer artrosis. Un
compañero de mi abuelo, facultativo también, le indicó que se trasladara a
Levante, ya que los inviernos allí eran más suaves y probablemente mi abuela
sufriría con menos intensidad sus dolores. Nuevo destino: un pueblo de la costa
levantina. Allí se conocerían mis padres, pero eso es otra historia.
Curioso, espontáneo, iracundo cuando quería y muy estricto cuando lo
consideraba pertinente, vivió el resto de sus días en la costa levantina junto
a su mujer Mary, que falleció a sus 54 años cuando yo tenía cinco meses. Me
llevaron a su entierro en Valladolid a esa corta edad y me cuentan mis padres
que en el ambiente sombrío de entierro yo reía y jugueteaba con mis padres y el
resto de los presentes.
Mi abuelo se quedó desolado sin su Mary. Pasó 43 años
sin su mujer. Nunca volvió a casarse. Siempre me recordaba a mi abuela y me
hablaba de su amor por ella. Alguna vez, a escondidas, me enseñó algunas cartas
de su época de novios.
Hoy voy de camino en tren a Valladolid. Tras 94 años mi abuelo
falleció hace unos meses y ahora este 11 de octubre de 2019, la misma fecha en
que hace 43 años enterramos a mi abuela, vamos a enterrarle a él.
Hace unos 9 años un Alzheimer galopante atrapó a mi abuelo. No tuvo
más opción que regresar de su casa en la costa de levante a Valencia ciudad
para que lo cuidáramos. Yo vivía fuera de España así que observar su decadencia
intelectual y cognitiva cada vez que venía a la ciudad me partía el alma.
El
Alzheimer no sólo destruye tus neuronas sino que devora tu vida a gota a gota. Te
desarma los pensamientos y picotea tus recuerdos hasta hacerlos añicos. Dos
mujeres maravillosas, dos cuidadoras estuvieron pendientes de él hasta el
final.
El iaio Fernando falleció en paz gracias a la morfina que los
médicos le dispensaron paulatinamente porque era necesario. Pero yo había
perdido a mi abuelo hacía muchos años. Nunca le pude entrevistar como dije que
haría cuando era una joven estudiante de periodismo, carrera que él me animó a
estudiar. Fernando era médico, escritor y poeta. Escribió una novela Charlas
de Rebotica, donde cuenta sus andanzas como médico rural en Castilla León.
Pero esto daría para otro artículo. O muchos más.
Hoy entierro en Valladolid a mi iaio Fernando, tras una vida juntos
de aventuras en la distancia y en la cercanía. Conservo de él su amor y la
cantidad de cartas y artículos que nos enviamos mientras yo estaba viajando por
el mundo desde los 18 años. Y todo eso se lo debo a él y a mi familia. Gracias
iaio Fernando. “Adelante, siempre adelante”, como él decía siempre.
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