El barrio de Benicalap, uno de los más importantes. HÉCTOR GONZÁLEZ
Parque de Benicalap. HÉCTOR GONZÁLEZ Siempre me ha atraído el barrio de San Isidro de la ciudad de València. Quizás porque, pese a estar aprisionado entre una circunvalación urbana y otra exterior, entre un polígono (Vara de Quart) y el cementerio general, al final de Archiduque Carlos, ha sabido mantener una personalidad propia. Vivir su propia existencia sin venir de una tradición ancestral de pueblo, como Campanar, Ruzafa o Cabanyal.
Para entrar atravieso los nuevos bloques de viviendas en acelerada construcción (¡Cuántos años de solares!) de Safranar y paso junto al renovado rótulo de plaza que recuerda a la neuróloga y premio Nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini. ¡Tanta eminencia merece algo más que un espacio ajardinado plagado de matojos!
Periodista de Cavia
Desde aquí empalmo con la calle Mariano de Cavia (periodista del siglo XIX, por cierto, aunque no lo ponga en la placa), paso por el ornamentado edificio de la Tercera Unidad de Policía Local Distrito de Patraix, atravieso la calle Arquitecto Segura de Lago y me paro junto al bar Marlo. Con observarlo mi mente se puebla del aroma que emanaba del medio cochinillo que años atrás comí allí con mi amigo Juanlu. Uno de esos bares de los que esperas poco o nada y sales con la sensación de haber descubierto un Potosí gastronómico.
Hoy no se trata de comer. Sigo andando. Cruzo Andreu Alabarta y desemboco en el parque de San Isidro. Por mucho que deambule por él no encuentro un rótulo que identifique su nombre. Pregunto en el local de mayores situado en su epicentro a dos vecinos y ambos me reiteran que se llama de San Isidro. O que ellos lo llaman así. Que no siempre equivale a lo mismo.
En cualquier caso, lo que me interesa son las esbeltas, aunque semiabandonadas, casas que lo contornean y que, junto a un enorme solar que oxigena el difícil ejercicio de aparcar en el barrio, constituyen gran parte de la esencia de San Isidro. Transito por el Camino Nuevo de Picanya, cruzo con el carrer de Pau, sin salida. ¡Qué triste ver las típicas casonas de pueblo tan deterioradas y convertidas en islotes habitables de un aparcamiento! Muy cerca, un pino enorme da sombra a una docena de coches, que evitan el asfixiante calor.
Por fin, atrincherado entre la salida de Picanya, el puente del tren y las cocheras de la Empresa Municipal de Transporte (EMT), me topo con la vía urbana con más encanto del barrio, su joya urbanística. Claro: la calle San Isidro. Con la parroquia de San Isidro y el hogar de jubilados de San Isidro, con sus enormes palmeras y sus casonas, estas sí coquetas, encantadoras y bien cuidadas.
Me meto directamente en el templo. Junto al altar se encuentra la tumba de su gran benefactor, Salvador Muñoz, que, como indica la lápida, con su patrimonio particular mandó construir la iglesia donde antes había una ermita, en la partida de Safranar. En 1998 restauraron el templo.
Dos versiones
Y sobre su denominación surge una pequeña controversia entre dos feligresas que, amablemente, tratan de aportarme sus explicaciones al indicarles que soy periodista. Una de ellas, la más avejentada, defiende que Salvador Muñoz bautizó como San Isidro el edificio parroquial porque su padre se llamaba Isidro. La otra, con muy buena predisposición, me añade que la gente de la huerta compró imágenes para donarlas a la iglesia.
Las dejo rezando el Rosario y asciendo por la rampa de la estación, donde tres jóvenes suben y bajan corriendo a modo de entrenamiento. Me sorprende el olor a gato. Y, ya arriba, contemplo toda la barriada. Pinos y edificios compiten por el espacio en esta panorámica urbana repleta de contrastes.
Nicolau Primitiu
Salgo del barrio pasando junto al histórico colegio Nicolau Primitiu, promotor del baloncesto, comprando un par de hamburguesas de pollo en la carnicería situada frente a la puerta del recinto escolar y contemplando nuevas alquerías y casas solariegas rodeadas de aparcamientos, una de las señas de identidad de San Isidro.
Me voy al extremo opuesto de València, a recorrer la avenida de Burjassot. Otro espacio poco turístico aunque con encanto e idiosincrasia. Empiezo en la puerta de Bombas Gens, el rehabilitado centro de arte de la Fundación Per Amor a l´Art. Interesante cómo ha revitalizado su entorno. A su izquierda, el sempiterno solar en el lateral de la antigua Fe. Y a la derecha, el inmenso patio del colegio Hermanas Mantellate, con su muro de arcilla.
Eminente médico
Cruzo Avenida de Portugal con Burjassot (curioso ese ensamblaje de topónimos de país y de localidad). Luego atravieso Peset Aleixandre (gran reconocimiento de Valencia al eminente médico: avenida, hospital, colegio…). Después llegan las vías del tranvía en calle Serrano Clavero, junto a la antigua y abandonada La Ceramo, y, acto seguido, las coquetas casas de pueblo. Apenas media docena entre ambos lados. Suficiente para marcar su impronta.
Me planto ante el singular Arc del Porvaleu de Benicalap, con la cadena que lo ´blinda´ a escasos 30 metros de altura. Eso sí, con un enorme candado. Lo rodea un desangelado parque. Me sorprende a mi izquierda una bella y deteriorada casona que luce el rótulo Horno de las Rejas. En este tramo debo decir que alternan construcciones bajas con edificios de 4-5 alturas. Y alcorques de árboles llenos de excrementos, que todo hay que escribirlo para vergüenza de los animales de dos patas.
Parque Benicalap
Llego al inmenso parque de Benicalap, uno de los lujos recoletos de la ciudad para quien lo desconoce. Posiblemente se trate del espacio ajardinado urbano más extenso de València después, por supuesto, del Jardín del Turia y de Viveros. Auditorio, fuentes, zona boscosa, frondosa… Un remanso de paz en la metrópoli donde pasear escuchando el sonido del agua y el piar de pájaros.
Belleza para recordar ante el tramo final en el que me adentro. Me planto delante del antiguo Casino que, como indica una placa, “Es de tots”, aunque se halle abandonado. O quizás por eso. Sigo por esta zona de matorrales y acumulación de botes y latas oxidados hasta el puente sobre la Ronda Nord. Paso por la fábrica Segura y acabo en el municipio de Burjassot, entre un elevado minifundismo agrícola, con chabolas y campos de tres metros, una urbanización nueva sin dotaciones públicas y alargados solares.
Contrastes de València. Y sigo, pero de lo que me encuentro ya escribiré otro día, en esta serie ‘Curioseando València’, que El Periódico de Aquí ofrece para que todos los valencianos y visitantes conozcan mejor hasta el último rincón de la capital del Túria.
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