La fiscal valenciana contra los delitos de Odio, Susana Gisbert. EFE A veces me pregunto cómo sería la Mona Lisa si la pintaran hoy en día, en plena pandemia. ¿Sería igual de enigmática su sonrisa con mascarilla? ¿O ni siquiera sería sonrisa con la boca tapada?
Ignoro cómo sería de la Mona Lisa en nuestros días, pero más de una y de uno tenemos el síndrome de la Gioconda. Sonreímos, pero tal vez la gente no lo sepa. Y si no lo sabe, no le transmitimos la empatía que pretendíamos transmitir con esa sonrisa. Y nos quedamos sin esa empatía tan necesaria en estos tiempos tan raros.
Confieso que me he descubierto a mí misma más de una vez tentada de bajarme la mascarilla para que mi interlocutor viera mi gesto. Obviamente, no lo he hecho, porque no tendría ningún sentido. Pero me he quedado con la duda de si mi sonrisa se habría notado.
Visto que, tal como están las cosas, las mascarillas nos van a acompañar una temporadita, tendremos que plantearnos aprender a sonreír con los ojos. O con las manos, o con lo que sea, porque los labios se convierten en un artículo de lujo que solo podemos ver en contadas ocasiones.
Lo que no podemos permitirnos es dejar de sonreír. Ni dejar de mostrar cualquier otra emoción por el hecho de tener la boca tapada, que bastante tenemos con lo que tenemos, porque lo de la palmadita en el hombro o el apretón de manos también está descartado.
Cuando a las mascarillas se suman los medios telemáticos como vehículo de comunicación, la cosa se complica aún más. Las preguntas sobre si se escucha bien, si se entiende, o si esta bien establecida la conexión todavía restan más espontaneidad al mensaje. Y las emociones y los sentimientos se quedan más de una vez en el aire, en las ondas o en el limbo.
La cosa está difícil, desde luego. Pero como hay que poner al mal tiempo buena cara y tratar de sacar algo positivo de esta situación, podríamos aprovechar para aprender a sonreír con los ojos, con el cuerpo, con la actitud o con las palabras. Y, de paso, aprender a ponernos en la piel de los demás, algo más necesario hoy que nunca. Porque, aunque hubo un momento, en lo más duro del confinamiento, que tuvimos el espejismo de los aplausos y la solidaridad, hoy parece haberse esfumado.
Por de pronto, yo aprovecharé este espacio para dibujar una gran sonrisa hecha de letras y espacios. Ánimo, que el final del túnel está cada vez más cerca.
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