Susana Gisbert. /EPDA Si hace un tiempo alguien me hubiera dicho que se iba a utilizar la palabra “feminista” como un insulto, no lo hubiera creído. Pero, como con tantas otras cosas, mis dotes de pitonisa hubieran quedado en entredicho. Adivinar el futuro está claro que no es lo mío.
El feminismo, según la RAE -poco o nada sospechosa de feminismo- es el “movimiento que lucha por la realización efectiva del feminismo”, que, a su vez, describe en su otra acepción como el “principio de igualdad de derechos del hombre y la mujer”. Así que, en términos estrictos, llamar a alguien “feminista” debería ser un halago, y nunca un insulto. Pero no es lo que se ve en medios, redes, y hasta en algunos discursos públicos.
Llama la atención que, las mismas personas que enarbolan la Constitución como santo y seña olvidan algo tan importante de la misma como el derecho a la igualdad. Si ponemos en relación lo que dice el artículo 14 de nuestra Carta Magna y la definición de feminismo de la Real Academia, coinciden casi exactamente. Así que ser feminista podría entenderse como ser constitucionalista, más, incluso, que quienes se llenan la boca con ese epíteto y se lo apropian como ya ha hecho de símbolos o banderas.
Hay un refrán según el cual no ofende quien quiere sino quine puede, y a mí, desde luego, no me ofende lo más mínimo que me llamen “feminista”. Es más, por puro cansinismo, tampoco me ofende ya que me llamen “feminazi”, aunque ese sí sea un término peyorativo. Pero, tirando de nuevo del refranero, lo que Juan dice de Pedro dice más de Juan que de Pedro.
En unos días en que hemos llorado hasta cuatro asesinatos por violencia de género en pocas horas, feminista es algo que debería ser todo el mundo. Porque precisamente en la igualdad está la clave para erradicar la violencia de género, y luchar por lograrla debería ser un valor, y no lo contrario. Es más, debería ser lo normal en una sociedad democrática.
Ser feminista no es entender que las mujeres somos seres de luz, ni negar que las mujeres delincan. Tampoco es, ni mucho menos, odiar a los hombres. Quienes dicen semejantes cosas no son otra cosa que ignorantes. Y eso sí que debería considerarse un insulto sin paliativos.
Pero, como además de feminista, soy generosa, he decidido hacer un acto de misericordia de los que me hablaban en el colegio, enseñar al que no sabe. Por eso insisto en la definición de feminismo. Para que quien vaya utilizarlo como insulto, lo piense. Suponiendo que sea capaz de pensar, claro.
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