“Ahora, por prescripción facultativa, toca parar, cuidarme y recuperar fuerzas, porque la salud es el pilar de todo en la vida”. La alcaldesa de Paiporta, Maribel Albalat, se ha despedido con un “hasta luego”. Cuando alguien renuncia aduciendo motivos de salud a cualquier puesto, trabajo o participación, no queda más que agradecer su labor y desearle lo mejor. Y si esa persona ha vivido en un protagonismo dramático y no deseado toda la devastación de la dana, mucho más todavía.
La política, como me recuerda un avispado amigo que conoce a la perfección el mundo de la res publica, “o engancha o quema”. Personalmente, creo que puede producir ambos efectos a la par aunque el segundo se perciba a largo plazo y el primero, más a corto (aunque a veces la persona afectada no lo denote y sí su entorno). Formar parte de ese mundo significa adentrarse en una vorágine tremenda, desconocida e incomprendida desde fuera.
Ocurre, con ese grado de percepción exógeno, algo similar al fútbol. Cuando mucha gente piensa o comenta circunstancias del deporte más popular, lo hace refiriéndose o aludiendo a los millonarios que constituyen la élite y no a las decenas de miles de practicantes que configuran la inmensa mayoría de plantillas en el conjunto de España y que viven con lo justo de este deporte o lo tienen como una afición a la que dedican esfuerzo, tiempo e incluso dinero.
Muchos políticos del ámbito local también emplean todos sus recursos en la atención a sus vecinos, en el desarrollo de esa faceta municipalista. Pocos llegan a consellers o a ministros. No obstante, forman parte de la vida pública, de la política, de esa labor que, a mayor o menor escala, llega a “enganchar o a quemar”. Todo esto puede repercutir en la salud. Y no habitualmente para bien.
La marcha provisional –la alcaldesa de Moncada, Amparo Orts, adoptó una decisión similar hace un par de años para someterse a un tratamiento y volvió meses después- de Maribel Albalat también refleja el carácter humano de nuestros responsables públicos. Y como tales, tienen su capacidad, su entrega y un límite de resistencia.
Paiporta ha sufrido mucho. Su topónimo constituye el epítome de la dana. Su máxima responsable lo ha experimentado en primera persona. Nadie puede llegar a comprender más que ella lo que eso ha supuesto en su fuero interno, lo que ha tenido que bregar o las dosis de dolor absorbido. Albalat ha estado ahí. Ha condensado la tragedia de su municipio y ha dado la cara por él en la peor y más desgarradora coyuntura.
Por todo ello no puede más que escucharse con absoluto respeto y empatía su decisión, esperar que ese adiós se convierta, como ha dicho en el cuidado vídeo emitido para la ocasión, en un “hasta luego”, y, ante todo, desearle que recupere fuerzas y que recobre la salud.
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