Juan Benito Rodríguez Manzanares En Valencia
contamos con una fiesta que se ha convertido en un símbolo de nuestra ciudad a
nivel mundial, las Fallas, siendo estas sinónimo de tradición, alegría, petardos,
fuegos artificiales, flores, luz y color allá donde se nombre.
No en vano
las Fallas de Valencia son una fiesta de Interés Turístico Internacional desde
febrero de 1980, y desde noviembre de 2016 la Unesco las inscribió en su Lista
Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Estas son
unas altas credenciales para una fiesta de la cual su origen se pierde en la
noche de los tiempos, pues hay historiadores que las relacionan con costumbres
y tradiciones paganas inmemoriales.
Mas, hay una
historia sobre el origen de las fallas que está más próxima a nosotros y posiblemente
más cerca de la realidad, promulgada por el historiador Vicente Salvador
Montserrat (Valencia, 1825-1895), marqués de Cruïlles y Caballero de la Orden
de Montesa, el cual publicó en 1861 la Guía urbana de Valencia antigua y
moderna, obra que, a pesar de los años, sigue siendo de referencia de
nuestra ciudad.
Esta
historia cuenta que los carpinteros al principio de la primavera quemaban en la
puerta de sus establecimientos, todo lo sobrante del año, para hacer limpieza
en sus carpinterías, haciendo coincidir esta quema de esas cosas inservibles
con el día 19 de marzo, festividad de San José, que, además, es el Santo Patrón
del Gremio de los Carpinteros.
A estas
hogueras también añadían los «parots», (palabra valenciana cuya traducción es
caballito del diablo, o libélula), que eran unos pies altos en los que colgaban
los candiles para la iluminación de sus carpinterías, pues con el inicio de la
primavera los días se alargaban y ya no los necesitaban.
Con el paso
del tiempo, esos «parots» se fueron «humanizando», añadiéndole algún aditamento
que así los hicieran parecer, y eso fue el inicio de las fallas tal y como las
conocemos en la actualidad.
Con respecto
al nombre de la fiesta, cabe señalar que la palabra «falla» etimológicamente
deriva de la palabra del latín, «fac[u]la», diminutivo de la palabra «fax», que
se podría traducir al español como, «antorcha».
De hecho, en
el Llibre dels Fets, también conocido como Crónica de Jaime
I, la primera de las cuatro grandes crónicas de la Corona de Aragón, se dice
que las tropas del rey Jaime I (1208-1276), llamado «el Conquistador», llevaban
fallas para iluminarse.
En 1885,
como consecuencia a una situación acaecida sobre 1870, se desarrolló un
sentimiento de defensa de las tradiciones típicas valencianas, y entre ellas
las fallas, cosa que llevó a que la revista La Traca, otorgara
los primeros premios a los mejores monumentos falleros, los cuáles ya no eran
tan sólo los sobrantes de los talleres de carpintería.
Esto
constituyó un antes y un después en la trayectoria de esta gran fiesta valenciana
del fuego, pues las diferentes fallas comenzaron a competir entre ellas para conseguir
el primer premio, cosa que hizo que junto a la tradicional crítica mordaz que
siempre ha acompañado a las fallas de Valencia, se uniera la búsqueda de una
estética que fuera agradable a la vista y distintiva del conjunto de las demás
fallas.
La
competencia por conseguir el primer premio se enraizó tanto en el mundo
fallero, que en 1901 el Ayuntamiento de Valencia comenzó a otorgar unos premios
municipales a las mejores fallas.
Llegado 1929
se convocó por primera vez el concurso de carteles falleros para promocionar la
fiesta en todos los aspectos y supuestos. El primer ganador del concurso fue el
ilustrador José Segrelles Albert (1885-1969), en cuyo cartel unía lo religioso
con la imagen de San José, con lo pagano a través de unas figuras que sujetaban
unos candiles.
En 1932, se
instituyó la Semana Fallera como la conocemos en la actualidad,
aunque es preceptivo comentar que a pesar de esa Semana Fallera las «fiestas
josefinas», como también se denomina en algunos ámbitos a la fiesta fallera,
comienzan el día de la «Cridà», que tradicionalmente se celebraba el último
domingo de febrero, aunque este año se ha celebrado el primer domingo de marzo día
1.
La Cridà es
el pregón fallero, el llamamiento que hacen las Falleras Mayores de Valencia a
todos los valencianos y forasteros para participar de las fiestas falleras de
las cuales son su máximo exponente, realizándose en las emblemáticas Torres de
Serranos con un acto lleno de luz y color.
En este
ejercicio 2020 las Falleras Mayores son la señorita Consuelo Llobel de la falla
Albacete-Marvá, y la niña Carla García de la falla Ramiro de Maeztu-Leones.
Tras este
acto inicial, desde el día 1 de marzo se puede disfrutar de unas impresionantes
mascletás en la Plaza del Ayuntamiento, mas, el día grande de los petardos, la
luz, el color y mucho, mucho estruendo con olor a pólvora, es la noche de la
«Nit del Fòc», («Noche del Fuego»), en la cual podemos disfrutar de un soberbio
castillo de fuegos artificiales en el antiguo cauce del río Turia.
Uno de los
últimos premios incorporados a la fiesta fallera, son los otorgados a las
calles mejor iluminadas, el cual comenzó en la década de 1970, y ya se ha
convertido en un premio clásico por que compiten muchísimas calles, teniendo
como momento grande de este premio, el «encendido de las luces».
Los falleros
y falleras lucen unos vistosos trajes regionales con bordados, borlas y todo
tipo de coloridas filigranas, que además de ser una seña de identidad de la
fiesta fallera y de Valencia, se lucen sobremanera los días de la Ofrenda de
Flores ante nuestra Patrona, Nuestra Señora la Virgen de los Desamparados,
frente a la Real Basílica de la que es titular, siendo este uno de los actos
falleros más emotivos, sobre todo para nuestras falleras que gentilmente, y
siempre entre lágrimas de alegría y emoción, ofrecen su ramo de flores, que
llegan a ser unos 50.000, para realizarle a la Virgen un manto de unos 15
metros de altura, cuyo diseño siempre es un secreto hasta el día que los
vestidores lo van realizando en vivo.
Pero el día
grande de las Fallas, es sin duda el día de la Cremà, donde en la noche del día 19 de marzo y madrugada del 20, se queman las más de 700 fallas que se plantan
en toda la ciudad de Valencia entre fallas grandes e infantiles, haciendo esto
que los ojos de las falleras se vuelvan a inundar de unas irrefrenables
lágrimas, pero este fuego purificador, abre la vida a la primavera y marca el
inicio de las fallas del siguiente año.
Debo
apuntar que es todo un espectáculo ver una panorámica aérea de Valencia la
noche de la Cremà, pues es como si Valencia entera estuviera ardiendo sin
posibilidad de salvación. ¡Quien ha visto esa imagen, no la olvidará jamás!
Se me quedan
muchas cosas en el tintero que desearía compartir, pero seguro que habrá más
oportunidades de disfrutar de bellos momentos falleros. Y, sobre todo, ¡No os
perdáis las Fiestas de Fallas!
Valencia es
sinónimo de cultura.
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