Héctor González. /EPDA Valencia es una ciudad que lo tiene todo. O casi todo. Y eso hace una década lo sabíamos quienes vivíamos aquí y lo atisbaban quienes nos visitaban en una escapada de fin de semana. Para bastantes era la localidad al sur de Barcelona o al norte de Benidorm. Por aquel entonces nos preocupaba, a medias, pasar tan desapercibidos.
Las aglomeraciones falleras nos empezaron a desperezar de nuestra burbuja. Y la subida radical del precio de la vivienda, entre otros factores algo menos importantes, ha hecho que nos levantemos sobresaltados.
En una reciente entrevista el exalcalde Ribó decía que no vio venir lo de la vivienda. Un fallo para alguien que proviene de Cataluña, con su capital sufriendo ese problema desde hace décadas. Y no lo afrontó. Lo grave es que la situación se ha disparado y no basta con anunciar nuevas obras de vivienda pública que terminarán dentro de no se sabe cuántos años.
Hace falta soluciones a corto y medio plazo. Con imaginación, sin titubeos y que favorezcan a quienes han contribuido a hacer de Valencia lo que es, a las personas que se han esforzado por su desarrollo cuando estaba repleta de barrios abandonados, e incluso de guetos, y no era ni la primera ni la quinta opción de visita un fin de semana corto para alguien exógeno. A esas personas y a las generaciones que les han seguido y que ahora no han encuentran ni vivienda ni tan siquiera habitación.
A la dramática escasez de vivienda a un precio asequible para la mayoría de la población se suma, y suele ser un efecto colateral clásico, el incremento de la pobreza y la mendicidad. No hay pisos para vivir e incontables familias no tienen recursos ni para subsistir. A eso se añade que no solamente acuden a residir aquellas personas catalogadas con la evocadora denominación de ´nómadas digitales’, sino también foráneos en precario.
Valencia, la tierra de las flores, de la luz y del amor, como la calificaba el maestro Padilla, corre riesgo de morir de éxito. Como repetía Daniel Matoses, expresidente de CSIF, “las cosas cuestan mucho de construir y poco de destruir”. Y a la actual Valencia se ha llegado con inconmensurable esfuerzo. No ha aparecido de casualidad, aunque para muchos sea ahora un descubrimiento.
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