Susana Gisbert. EPDA
Llevo varias semanas con el propósito de escribir artículos
optimistas en medio de toda esta barbaridad, y hasta ahora lo había llevado
bien. Me había resultado relativamente sencillo encontrar un hilo del que tirar
para dibujar una sonrisa. Pero parece que hay gente empeñada en ponérmelo
cuesta arriba.
¿Por qué digo esto? Pues porque cuando tenemos que dar
el do de pecho del comportamiento ciudadano, hay quien está a punto de estropearlo
todo con una nota desafinada y estridente. Y a mí, que llevo semanas insistiendo
en que seamos positivos y no caigamos en el cortavenismo, me da mucha
rabia.
Me refiero, como imagino que los avezados lectores y
lectoras habrán adivinado, a quienes se saltan las normas de seguridad como si
la cosa no fuera con ellos, y se abrazan, se besa, se tocan y se apretujan como
si el virus no tuviera para colarse entre la estrecha distancia que guardan
entre uno y otro. Con lo que no solo nos ponen en evidencia como sociedad, sino
que nos ponen en peligro, lo que es mucho peor.
Yo soy la primera que entiendo que las medidas
cuestan, Pero a quien le resulte penoso respirar con mascarilla, que piense en
lo difícil que será hacerlo con un respirador. Quien no pueda resistir sin
contacto humano, que piense en la soledad que sentirá en la UCI de un hospital.
Quien necesite tocar y que le toquen, que reflexione sobre lo doloroso de que
solo pueda tocarle el personal sanitario vestido de buzo. Un pequeño ejercicio
de imaginación que pude dar un gran resultado.
No nos hace ninguna falta otro confinamiento para conocernos
a nosotros mismos, ya hemos conocido a esos vecinos de cuya existencia no
teníamos ni idea, ya nos hemos aprendido de memoria el “Sobreviviré”, el “Resistiré”
y ya tenemos el balcón como los chorros del oro. Y, además, como ya hemos
aprendido a usar todos los sistemas de comunicación a través de las pantallas y
hemos aprendido qué significa webinar, ya no podríamos sacar ninguna
ventaja de estar encerrados, porque podemos hacer lo mismo con las puertas abiertas.
Se suele decir que son los jóvenes quienes están dando
la nota, pero ni estoy de acuerdo ni quiero generalizar. La estupidez humana no
tiene edad. Ni, visto lo visto, límites.
Hagamos el favor de no contradecir al señor de la OMS
que ha dicho que España ha tenido un comportamiento ejemplar, no nos vaya a coger
manía y cambie de idea. Estamos a tiempo.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia