Susana Gisbert. En estos
días tan revueltos en que nos ha tocado celebrar nuestra fiesta de
la Comunidad, el Nou d´Octubre, siempre se me vienen a la
cabeza un revoltijo de sensaciones dulces. A la cabeza, pero pasando
directamente por el estómago.
Porque
nuestra fiesta no nació con el advenimiento de las Comunidades
Autónomas, ni del Estatut d´Autonomia, no. Nuestra fiesta
viene de mucho antes. De los tiempos en que todavía éramos una
región, después de haber sido históricamente otras muchas cosas, y
probablemente de mucho antes.
Desde allá
dode me llega la memoria, recuerdo el 9 de octubre, día de Sant
Dionís, como una bonita fiesta. En mi casa nunca faltaba la
Mocadorà, que mi padre regalaba a mi madre y que, al correr del
tiempo, llenó el cajón de pañuelos y el corazón de recuerdos. Y
me acuerdo especialmente de las frutitas de mazapán, que esperaba
con ilusión, y de las que mi madre siempre me dejaba escoger. Mi
preferida era la patata, recubierta de canela y con piñones
simulando las raíces, que es ahora la preferida de mis hijas y que
les cedo como en su día hacía mi madre conmigo.
Ignoro de
dónde viene la tradición de Sant Dionís, patrón de los enamorados
en Valencia, consistente en que los hombres regalan a sus amadas un
pañuelo que contiene frutitas de mazapán y dos figuras típicas, la
piula y el tronaor. Las frutas y hortalizas supongo que simbolizan
los productos de la huerta valenciana, y el pañuelo debió ser para
regalar a la persona amada algo nuevo con que cubrirse de los
primeros fríos del recién estrenado invierno. Pero solo es una
hipótesis. Seguro que algún historiador habrá dado con el origen
de un modo mucho más documentado, pero me quedo con lo que me decía
mi padre : “aquí no hay San Valentín que valga, aquí tenemos
nuestro Sant Dionís, y desde mucho antes”
La verdad
es que el auténtico origen no es lo que más me importa. En estos
días me acuerdo de mi padre, de mi tierra y de sus costumbres, de
las que me siento orgullosa. Y trato de mantenerlas, y que mis hijas,
aunque ya sean mayores, no pierdan la ilusión a la hora de reclamar
su mazapán. Y también de que mi madre, aunque ya no tenga a mi
padre cerca, no deje de tener sus dulces en este día.
Me parece
muy hermoso conservar las tradiciones cuando traen tan dulces
recuerdos. Sobre todo, en unos días como los que estamos viviendo,
en que parece que la dulzura no es plato de gusto. En unos días en
que tradiciones e identidad cultural parecen usarse como arma de
combate en vez de como elemento de unión.
Así que
aquí me quedo con mis dulces recuerdos y mis dulces tradiciones.
Compartiendo fruta y mazapán para quien guste. Y deseando que esos
pañuelos sirvan para cobijarnos y no para enjugarnos las lágrimas.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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