Susana Gisbert. Tengo una amiga que, cuando algo o alguien me altera hasta el punto
de perder los nervios, me recomienda una visita a los pingüinos, por
aquello de enfriar los ánimos. En caliente se piensa mal o no se
piensa, y se dicen cosas de las que una puede luego arrepentirse.
Le hago caso, o al menos lo intento, siempre. Por eso este verano, a
pesar de la canícula estival, he tenido un iglú montado del tamaño
de un campo de fútbol. Porque no dejo de verme obligada a pingüinear
a cada rato.
Y no ha sido para menos. La no-investidura ha fagocitado la atención
y los informativos hasta el punto de olvidarnos de un montón de
cosas importantes. Con una única ventaja, eso sí. Han quitado
protagonismo a los eternos partidos y partiditos de verano con los
que los teleprogramadores inundaban de balones de fútbol nuestras
pantallas. Con la inestimable ayuda de los Juegos Olímpicos, en
donde hemos quedado mejor parados de lo que al principio parecía
gracias, en gran parte, al esfuerzo de nuestras deportistas
femeninas, las grandes olvidadas el resto del año, y de los llamados
deportes minoritarios, a los que nadie hace caso casi nunca.
Nos hemos olvidado del drama de los refugiados, que el pasado año
copó por un breve período noticias y titulares, espoleados por la
fotografía de aquel niño muerto en la playa que ya es todo un
símbolo. Parecía que otro niño, Omran, impávido ante un bombardeo
más en una vida que no ha conocido más que la guerra, iba a remover
de nuevo las conciencias. Pero fue un espejismo. Más allá de un
vídeo y unos cuantos comentarios, se pasó página. Nosotros a lo
nuestro. Y yo con los pingüinos de nuevo.
Tampoco parece que este año nos haya hecho mella que las mujeres
sigan siendo asesinadas en esa tragedia que es la violencia de
género. Y a ni siquiera hablamos de verano negro ni de terrible
lacra, por más que este verano también se haya saldado con varias
muertes que nunca debieron ocurrir. Y, por triste que parezca, el
hecho de que varias de ellas hayan fallecido después de varios días
de agonía tras el ataque de su agresor, ha quitado repercusión al
terrible hecho. Más pingüinos.
Y mientras, la Justicia, la Sanidad o la Educación hechas unos
zorros. Poca o ninguna atención entre unas líneas rojas que pasan
de puntillas por unas cosas y exacerban otras. Apenas nadie ha
hablado de la sentencia del Tribunal Constitucional que, tras más de
cuatro años, declaraba inconstitucionales las tasas judiciales. Una
noticia que debería haber acaparado titulares y pasado factura a
quienes las implantaron. Pero nada de nada. Al iglú de nuevo.
Tampoco se ha rasgado nadie las vestiduras, más alla de la conmoción
inicial –cuando la ha habido- por hechos como agresiones homófobas,
o porque las fiestas patronales se conviertan en un territorio
comanche para las agresiones sexuales. Un poco de ruido, y pocas
nueces. Seguimos igual. Y los pingüinos que acaban amenazando por
invadir mi casa entera. Suma y sigue.
Y entre tanto pingüino, los políticos empeñados en hacernos votar
en Navidad. Como si no tuviéramos bastante con la zambomba y la
pandereta. Menos mal que entonces hará frío. Y con el frío, los
pingüinos están en su ambiente.
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