Susana Gisbert. EPDA
Por
una vez, y sin que sirva de precedente -o sí - me lanzo a hablar de lo
políticamente correcto de un modo políticamente incorrecto. O viceversa.
Llevo
una temporada boquiabierta y ojiplática con algunas reinterpretaciones y, lo
que es peor, con las represalias que suponen,
La
cosa se hizo fuerte con los derrumbes de estatuas, y a partir de ahí hubo quien
se vino arriba. No digo yo que haya más de un prócer cuya bonhomía haya de
cuestionarse. Algo de lo que aquí sabemos un rato, Ley de Memoria Histórica
mediante. Como tenía que ser.
Pero
ahora padecemos un revisionismo atroz y, en más de un caso, ridículo. Además de
estatuas derribadas sin ton ni son, incluso de personajes que jamás hicieron
ningún mal, nos encontramos con referentes cotidianos en peligro, y por razones
que ni siquiera ofenden a los supuestamente ofendidos.
Ya
hace tiempo escribí en contra del boicot que se realizó en Inglaterra a Enyd
Blyton por considerar sus libros juveniles machistas y discriminatorios. Nada
más lejos de la realidad. Pero aquello, que parecía una extravagancia, no era
sino una avanzadilla.
Me
puse a temblar cuando se eliminó de algunas plataformas la inolvidable “Lo que
el viento se llevó” por ofrecer, supuestamente, una imagen dulcificada del esclavismo.
Hablamos nada menos que de una película de 1939 que perdura en la memoria
colectiva -yo la he visto infinitas veces- y respecto de la que jamás había oído
que nadie se sintiera ofendido. Y, aunque es verdad que Hattie McDaniel fue
discriminada en la ceremonia de los Oscar por leyes racistas, no lo es menos
que también sirvió para visibilizar, al ser la primera vez que una actriz negra
-hoy, afroamericana- era galardonada.
Ese
ha sido, para mí, el ejemplo más traumático. Pero ahora me da la risa al ver
que hay quien se plantea eliminar los “Conguitos” o hasta el Cola-Cao
porque en su día la canción hablaba del negrito del África Tropical. ¿Qué será
lo siguiente? ¿Cargarnos a Blancanieves porque entroniza el ideal de ser
blanca, no habla políticamente del enanismo y pone a una mujer al servicio de
siete hombres? ¿A Cenicienta por menospreciar a las empleadas domésticas?
El
error es mirar con ojos de hoy las obras de ayer, algo tan equivocado como lo
que se pretende combatir. Más nos vale proporcionar a nuestra juventud una
formación que posibilite la crítica y no unas prohibiciones que, como ocurre
siempre, no hacen sino fomentar la curiosidad por lo prohibido.
Ya deberíamos
saberlo en España tras la experiencia de cuarenta años de censura.
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