Reconozco
que este no era el título que había pensado para este artículo.
Iba a llamarse “cuando un amigo se va” pero resultaba tan obvio,
tan folklórico y tan de la muerte de Chanquete que se me quedaba
hueco. Aunque, en honor a la verdad, tampoco era este el tema del que
tenía pensado hablar, porque en estos tiempos parece que el
espumillón se nos sube a la cabeza y el calvo de la lotería se nos
aparece en sueños para recordarnos que es Navidad.
Pero
la realidad se impone. Ojalá hubiera escrito algo intrascendente
sobre eso y no lo que me pide el cuerpo escribir. Porque esta semana
dije adiós a alguien y tengo un no sé qué enganchado en el alma
desde entonces.
No
es, por supuesto, la primera vez que la Parca se aparece, ni siquiera
la primera vez que lo hace con gente a la que la esperanza de vida le
asignaba unos cuantos más años por delante. Pero sí es la primera
vez que siento que se marcha alguien a quien conocí en nuestra común
adolescencia, con quien he crecido a base de veranos en la playa, y
con quine compartí bodas, bautizos y comuniones. Es esa sensación
de que la Parca empieza a merodear más cerca de lo que una quisiera,
y se acaba llevando a uno de los nuestros.
Cuando
alguien emprende ese viaje del que no se regresa, a todo el mundo nos
da por pensar en las cosas que compartimos y, sobre todo, en las que
nos faltaban por compartir. Yo no seré una excepción, por supuesto,
y este es el momento en que lamento todas esas frases que quedaron en
el aire para siempre, todo ese afecto que se nos quedó pendiente,
todas esas risas que todavía esperaban volverse carcajada. Y, sobre
todo, lamento las cenas que ya no tendremos, los brindis que nos
faltan, las conversaciones que nunca existirán y hasta los abrazos
que acabamos de empezar a valorar.
Impresiona
ver juntas otra vez a las mismas personas que solíamos ver riendo
alrededor de una mesa, llorando alrededor de un recuerdo. Pero es lo
que hay. La muerte forma parte de la vida, querámoslo o no. Como de
la vida de cada cual forman parte las personas que se fueron.
Te
vas cruzando ese mar que tanto quisiste, montado en un barquito como
aquellos que hacíamos con el pan en el plato cuando la vida recién
se estaba estrenando.
Hasta
siempre, amigo.
Susana Gisbert. /EPDA
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