Susana Gisbert. EPDA
Escribo este artículo mientras escucho el
escándalo de la maratón, que va mucho más allá de gente que
corre. Unos tambores llevan desde primera hora de la mañana
perforándome los tímpanos e instalándose en mi meninge con la
intención de quedarse. Me va a dar algo.
Confieso que odio correr. Siempre se me ha dado
fatal, hasta cuando iba al cole. Era buena para otros deportes, pero
en las carreras siempre llegaba la última, con la lengua fuera y con
lágrimas en los ojos. Recuerdo que en una evaluación donde la única
nota de gimnasia era la de una carrera de resistencia -normalmente
las compensaba con gimnasia rítmica o deportiva, que se me daban de
cine- conseguí aprobar porque mi querida amiga Carolina me cogió
del brazo y se empecinó en cargar conmigo cuando yo había decidido
tirar la toalla. Por cierto, recuperé a esta amiga este verano,
después de un montón de años sin verla y, como si esto fuera un
programa de tele, aprovecho para saludarla y mandarle un abrazo.
Tal vez por este trauma infantil no entiendo la
locura esta del running y las maratones, que ahora cualquiera
es un apasionado de las carreras, aunque no hubiera hecho ninguna
antes de cumplir los cuarenta. Y lo primero que no entiendo es el
nombre. ¿Por qué eso de running, y no carreras como toda la
vida, o incluso atletismo? ¿En qué se diferencia del jogging
que se puso de moda hace unos años y del que, si hablas ahora, todo
el mundo se carcajea?
Y ojo cuidado, que no es cualquier cosa. Es casi
como una religión entre equipamiento, circuitos, dieta y demás
complementos. Ay del que vaya a una carrera de estas con unas
zapatillas inadecuadas o con una vestimenta que no sea acorde. Haz
zapatillas, ropa y hasta calcetines de running, que juro que
los vi anunciados el otro día por el Black Friday, otro
invento que no consigo entender.
Luego, claro está, hay maratones por cualquier
cosa, que los fines solidarios se apuntan a todo, como debe ser.
Carrera de la mujer, de víctimas de accidentes de tráfico, de malos
tratos, de cáncer, enfermedades raras y de un montón de causas más.
Algo que me parece fenomenal, no vaya ser que alguien piense que
estoy en contra. Incluso, por determinados fines, he contribuido a la
venta de dorsales y, si toca, hasta sería capaz de ponerme chándal
y zapatillas. Eso sí, siempre que alguien me asesore
convenientemente sobre cuáles son las adecuadas para no hacer el
ridículo y convertirme en el hazmerreír de toda la comunidad
runnera -o como se diga-, que eso sí que no.
En fin, que tendré de olvidarme de aquel dicho
de que correr es de cobardes e igual cualquier día empiezo a
entrenar y me lanzo a la carrera como si no hubiera un mañana.
En cualquier caso, trataré de tener a mi amiga
Carolina cerca. Quizás el destino quiso que la recuperara para esto.
O no.
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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