Vicente García Nebot. Erase que se era un
país en el que las cosas no iban demasiado bien. Para ser exactos, las cosas
iban rematadamente mal. Los
súbditos de este desgraciado país estaba atemorizados porque cada Viernes, el
consejo de sabios barbudos que dirigía sus designios subía los impuestos,
ordenaba que los niños se hacinaran en las escuelas o recortaba la cantidad de
físicos que mantenía sana a la plebe para que fuera más productiva.
Las leyes que
aprobaban estos ancianos barbudos estaban hechizadas por los sortilegios y
embrujos de una malvada bruja que, aunque tenía un nombre celestial “Ángela”, por su apellido de
estirpe se sabía fácilmente a quien obedecía. “Merkel” que en el arcano
idioma de los pueblos barbaros del norte quería decir: “la que obedece a los
mercados”.
Aquel viernes, sin
embargo, la princesa encargada de dar las noticias les dijo a los súbditos que
el consejo de ancianos había decidido, por fin, hacer las cosas fáciles.
Aprobaba la “Autolicencia exprés”. Un mecanismo que eliminaría el sistema de permisos
municipales para abrir un negocio y que ahorraría "mucho tiempo y
dinero" a los súbditos que desearan ganarse el pan de sus hijos por su
cuenta, sin trabajar para otros.
Pero esta medida sólo
afectaría a los pequeños negocios de menos de 300 m2 de superficie. Los
restantes negocios, los grandes, aquellos que podrían dar de comer a muchas
familias, estos seguirían estando en manos de oscuros funcionarios que
alargarían las autorizaciones durante años y años. Haciendo uso de su
mini-poder para tramitar los permisos. O de gente sin escrúpulos que pudieran
hacer valer su posición de decisión para exigir, a súbditos y extranjeros con
dineros y ganas de invertir en el país, comisiones y peajes indebidos.
Moraleja: El
maquillaje es algo muy bonito y resultón.
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